Julián Redondo
Chiquifrú
El mejor equipo de la vida de Florentino Pérez contra un dolor de muelas. El Madrid contra el rival de siempre, «que no es el Barcelona», aún recuerda Di Stéfano, «sino el Atlético», adversario íntimo de tiempos pretéritos y rondas interminables en Chiquifrú, cuando los jugadores de ambos equipos se mezclaban. Hoy todo es distinto. Puede que Tiago mande un «whatsapp» a Cristiano o a Coentrao por cumpleaños, o viceversa, o que coincidan en un ágape de la embajada de Portugal en el restaurante de moda. Antes, Luis Aragonés y Di Stéfano eran amigos. Mucho después, cuando el Madrid de Hierro y el Atleti de Pizo Gómez, para resolver las diferencias en el terreno de juego se indagaba en el terreno personal. «¿Sabes dónde está tu mujer?», inquiría un enemigo a otro porque al plantear esas cuestiones sólo se podía ser enemigo, mientras rodaba el balón. Con la salvedad de la temporada 95-96, la distancia entre ambos clubes se hizo tan grande que dejaron de saludarse porque uno competía en la Liga de Campeones y otro en la de Plata. En éstas, apareció Simeone, luz, ideólogo, carácter, alma, materia, orgullo, corazón y vida, y el vecino que no se atrevía a mirar a la cara al mejor club del siglo XX, se despojó poco a poco de los complejos y una buena temporada alcanzó el liderato de la Liga y sacó billetes para Lisboa. El Madrid es mejor, disfruta de una salud envidiable con dos jugadores extraordinarios por puesto; el Atlético resiste, ya no emboscado, y al salir a luchar a campo abierto ha demostrado que es un escuadrón muy incómodo, capaz de ganar la Liga y de discutir la «Champions». Ancelotti no se fía. Con razón.
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