Alfonso Ussía

Chiringuítez

La Razón
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Sánchez es de los que bajan a la playa a descansar. Una contradicción porque nada hay más cansado que un día de playa. Diez veranos atrás, aquí en el poniente de Cantabria, desaparecieron las nubes y durante quince días, uno detrás del otro, lució el sol. Estaban todos los niños de todas las familias hartos de la playa. Y la advertencia de los padres a sus hijos desobedientes aventuraba un durísimo castigo. «Como no obedezcas, mañana vamos a la playa». Y por no ir a la playa, los niños se comportaban con una educación y buenas maneras pasmosas y ejemplares. Fue aquel verano en el que los niños, por no ir a la playa, se comportaron como Lord Fauntleroy, el «Pequeño Lord». La playa es cansada porque las sombrillas agobian con la calma y se caen con los vientos, porque no se ha inventado la nevera que impida el paso de la arena a las bebidas y los aperitivos, porque la gente hace cosas rarísimas, porque los chiringuitos huelen a paella barata y porque la compartida desnudez autoriza a los pelmazos a dar el tostón con conversaciones absurdas a quienes nada desean hablar de política. Ése es el motivo de mi estupor. Que Sánchez descanse de su descanso en la playa y ya sobre la arena, acuda inmediatamente al chiringuito en lugar de adentrarse en las procelosas aguas de la costa de Almería, que es costa tórrida para ser más certero con la imaginación. Sánchez se endulza en la playa, se sosiega en la playa, y para mí, que el PSOE se equivoca no trasladando su despacho al chiringuito de las playas de Vera o de Mojácar, donde Sánchez estaría mucho más abierto y condescendiente. Sánchez es lo que en la Andalucía luminosa se conoce por un «chiringuítez».

Creo que fue el gran Miguel Mihura el autor del sabio consejo: «Desconfiad de los pelirrojos que no sean irlandeses o escoceses y de los que frecuentan las playas y sus bares». En tiempos de Mihura, y sobre todo en el norte de España, las playas más concurridas ofrecían un servicio de hostelería muy superior al que se encuentra un bañista agotado en un chiringuito. El bar de la playa de Ondarreta era de alta categoría, y en las mesas de la umbría tomaban el aperitivo las señoras con sombreros y pamelas. De cuando en cuando, deshidratado, aparecía el guardia municipal Lecumberri, harto de sancionar a las bañistas que no llevaban faldita supletoria sobre el traje de baño con diez pesetas de multa. Un veraneante fogoso, el vizconde de las Lindes del Gromejón, lucía un ajustado y diminuto traje de baño, precursor del tanga, que permitía la contemplación de su marcado paquete. El agente Lecumberri lo esperó en el bar, y le impuso una multa de doscientas pesetas. –¿Por qué me multa, señor agente?–, preguntó el noble de origen burgalés. –Porque un vizconde tiene que dar ejemplo, y usted no lo da. Usted es un auténtico «sherdo»–. El vizconde no volvió por San Sebastián.

Sánchez usa trajes de baño mucho más discretos que el vizconde de las Lindes del Gromejón. Huye de las bragas náuticas. En ese aspecto, mi enhorabuena a Sánchez. Pero va poco al despacho y demasiado a la playa. El ser humano que convive durante un período de tiempo no muy extenso con la arena y respira todos los días aire de paella barata, elaborada con toda suerte de pescados en la primera fase de la putrefacción, no está capacitado para negociar nada. Por eso se opone a cualquier acuerdo para facilitar la formación de un Gobierno. Con Gobierno, Sánchez, como jefe de la Oposición, estaría obligado a renunciar a su condición de «chiringuítez» playero. Pero si no hay más remedio, si no hay tu tía, es preceptivo dar el paso. Rajoy y Rivera deben bajar hasta Vera o Mojácar para negociar el futuro de España en el chiringuito predilecto de Sánchez. Un «chiringuítez» es mucho más amable en un chiringuito que en un despacho con la fotografía de Largo Caballero presidiendo la estancia, o en el salón de visitas de La Moncloa, de gusto atroz por cierto. La gente es más amable y comprensiva en su campo que en el ajeno, y ahí tienen a Cañamero. Si para alcanzar un acuerdo, Rajoy y Rivera tienen que compartir la paella del chiringuito, no hay excusa válida para no hacerlo.

Los patriotas ofrecen su vida por España. La vida es mucho más valiosa que una simple gastroenteritis. Así que ya saben. Fin de semana en la costa de Almería, cita con el «chiringuítez» y acuerdo cerrado. Eso sí, con la paella de por medio.