Alfonso Ussía
Chismes gozosos
Mueven mis divertidas orejas chismes gozosos. Aletean. Dicen de Rajoy que es vago. No lo creo. Puede ser hipotenso, que es diferente. Más activo por la tarde que por la mañana. Yo lo era. Por la mañana se me doblaban las piernas, y por la tarde las lucía firmes y compactas, decididamente deportivas. A Rajoy le han creado ese estereotipo, pero jamás ha llegado tarde a una cita. Vago era Sir Lawrence Sanders-Grillhome, Perrero Mayor de la Reina Victoria de Inglaterra. Sir Lawrence tenía una sola obligación en la Corte Victoriana. Procurar que «Mammooth», el dogo de Su Majestad, tomara su desayuno a las 7 de la mañana con el fin de presentarse, ya lavado y cepillado a las 8 en punto ante su mayestática dueña y señora. Pero Sir Lawrence jamás se despertó con anterioridad a las 9 de la mañana, y el pobre dogo se presentaba ante la Reina en ayunas, hasta que que el veterinario, a causa de la tristeza canina, se chivó a la Reina: «Majestad, Sir Lawrence es más vago que la chaqueta de un ‘‘Bobby’’». Y Sir Lawrence fue desterrado, falleciendo quince años más tarde en Kenya, rodeado de su mujer, Shumumuza, y de sus hijos Bongo, Molongo y Tubi, que era su preferido. Una historia realmente desagradable.
En mis orejas los chismes rebotan de pared en pared, y acarician mis yunques, mis martillos y mis trompas de Eustaquio. Algo parecido sucede con Pablo Iglesias, del que me aseguran que es un vago redomado. Iglesias llega tarde a sus citas, y le produce una enorme pereza la imprescindible ceremonia de la ducha. Errejón, que se comportó como un vago con su beca de la Universidad de Málaga, es puntual en las convocatorias del Congreso. Y su principal obligación es despertar a Pablo a las nueve y media. -Señor Errejón, tiene la palabra-; - gracias, señora presidenta, pero con su permiso, tengo que despertar a mi jefe, entre otros motivos para que me diga lo que tengo que decir-. Y suena el móvil del macho alfa, y hasta que la bella mujer que le acompaña en el lecho no responde, el jefe duerme con profundidad los últimos minutos, aquellos que definió el poeta albanés Dimas Koljhas con precisión envidiable: «Los minutos últimos del sueño, cuando ya los pájaros se han cansado de cantar».
Resulta evidente que Iglesias no forma parte del paisaje trabajador. Excepto para «Vanity Fair», no se esmera en su aspecto, que produce recelos de cercanía. Los chismosos son muy malos, y comentan que suspendió en seis convocatorias el teórico del carné de conducir. Cuando le pidió a Chávez un préstamo para pagar la nueva matrícula, el timonel del Orinoco le afeó su indolencia. Y con toda la razón. El desaliño indumentario nada tiene que ver con la ideología. Ya he escrito que los comunistas soviéticos, ora leninistas, ora estalinistas, eran muy mirados en su higiene y vestimenta. El desaliño indumentario va irremediablemente unido a la molicie, la gandulería, el apoltronamiento, el remoloneo y la vulgar vagancia. No se le exige al líder del populismo del odio que se comporte como el barón de Segur, Salvador de Vilallonga, padre de José Luis de Vilallonga. El barón de Segur amanecía con el canto del gallo, pero no abandonaba sus habitaciones con anterioridad al mediodía. Invertía cuatro horas en bañarse, vestirse y colocarse el monóculo en el ojo izquierdo, monóculo por otra parte absolutamente innecesario por cuanto el barón veía de dulce. Cuando viaja, Pablo Iglesias jamás adquiere billetes de avión o tren con salida mañanera. De ahí que los actos de Podemos siempre sean vespertinos. Chismes que han alegrado mis orejas en las últimas horas, que no han sido precisamente horas de júbilo y optimismo. Rajoy no es vago, sino tímido de arranque. El vago es Iglesias, lo cual merece tanto mi simpatía como mi comprensión.
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