Alfonso Ussía

Chorreo defensivo

No recuerdo el título de la película. Su protagonista era el gran Alberto Sordi. Cosas que pasan. La esposa del personaje interpretado por Sordi, una mujer emprendedora para aquellos tiempos, partía de viaje de trabajo. Sordi, aparentemente, se quedaba muy triste. Lágrimas furtivas en la despedida. De vuelta a casa, Alberto Sordi llamó a su guapísima amante. Les aguardaba una noche de infinito placer. En el aeropuerto se anunciaba el retraso del vuelo que llevaría a la mujer de Sordi a negociar duramente con sus deudores. Finalmente, el vuelo fue suspendido. Ella vuelve a casa, cariacontecida, indignada, con la frustración de la mujer ejecutiva de empresas que no puede culminar su obligación por culpa del reactor de un avión. Más o menos, lo mismo que le sucede al Rey cuando viaja en los «Air-Bus» que se resiste a cambiar el Secretario de Estado de Defensa. Y la mujer de Sordi llega a casa.

Le extrañan las botellas de champán francés y las copas olvidadas en el salón encendido. Le extraña el aroma de un perfume que ella no utiliza. Y le extrañan unas bragas negras sobre la alfombra y unos calzoncillos estampados dejados al vuelo en el brazo de un sofá. Y le extrañan, sobre todo, los gemidos, susurros y alaridos que provienen de su cuarto. Accede a la habitación matrimonial y sorprende a su marido en plena culminación del fornicio con una bellísima mujer. La indignación estalla en su ánimo y lo que le sale por su boca no es recomendable transcribirlo. Y ahí es cuando Sordi reacciona.

Y lo hace con la misma violencia verbal que su engañada mujer. Le abronca por no anunciar su vuelta. Por llegar a casa a tan altas horas de la madrugada. Por entrar en su cuarto sin golpear previamente la puerta. Por no haber acudido al Juzgado de Guardia a denunciar a la compañía Alitalia, y por haber insultado gravemente a la mujer que yace a su lado, la cual llora sin posible consuelo asustada por las circunstancias.

Y la mujer de Sordi, poco a poco, va cediendo, y termina pidiendo perdón a su marido y a la amante de éste, que al fin ha dejado de sollozar. Admirable estrategia.

Sin la gracia de Sordi, Pujol hizo de Sordi en el Parlamento de Cataluña. Se presentaba para explicar los orígenes y desmesurados crecimientos de su oculta fortuna –y de su familia–, y terminó chorreando a todos los parlamentarios que le preguntaban con excesiva curiosidad. Ustedes no son nadie para dudar de mi honestidad. Ustedes no pueden dudar de mi honradez, ni olvidar que Cataluña soy yo. A ustedes, que he ido sacándolos del arroyo uno a uno, no tienen ningún derecho a inmiscuirse en mis actividades privadas, ni en mis herencias, ni en mis comisiones, ni en las actividades de mi mujer y de mis hijos, porque sin mí, ustedes y Cataluña no serían hoy absolutamente nada. Lo que sucede, sencillamente, es que se ha puesto en marcha desde Madrid la apisonadora contra el nacionalismo catalán, del que yo soy, y no ustedes, el más significado representante. Se ha abierto una causa general contra Cataluña, y, como es obvio, el objetivo fundamental, además de mí, son mi familia, mi dinero, mi pobre padre y mi lucha por la independencia. Porque ustedes, los que ahora pretenden preguntarme y que yo les responda, no son otra cosa que marionetas inútiles a las que yo he formado para sucederme. La única persona autorizada a preguntarme algo no está aquí. Me refiero a mi hermana, que se quedó sin oler ni un duro de la herencia de nuestro padre, y bueno, qué quieren que les diga, ya le he pedido perdón, pelillos a la mar y los trapos sucios se lavan en el vestuario.

Como la mujer de Sordi, los parlamentarios en su mayoría, se abrazaron anímicamente a Pujol.

Y la amante maravillosa, su fortuna, abandonó orgullosa y altiva la sede parlamentaria.

Eso sí. Sordi era más gracioso.