Alfonso Ussía

Chuliguachi

La Razón
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Cuando un hombre hace el ridículo, ahóndese en el amor y se hallará el sujeto. También sucede cuando una mujer hace el ridículo, mucho más infrecuente. Recuérdese el caso del millonario tejano Francis Trulock IV, al que su esposa Vanessa, cuarenta años más joven que Francis, animó a escalar hasta la cumbre del Everest. Francis Trulock IV aceptó el reto. Ella aguardaría a su héroe en su espectacular hogar. Sin Francis, el hogar se le hizo muy grande, y para paliar la soledad permitió que le acompañara en su angustia a Chofuu Kalamu, un jugador de rugby de Nueva Zelanda que le caía muy bien y consolaba su tristeza. Francis alcanzó su objetivo con 76 años, y ella celebró por todo lo alto el heroico ascenso de su amado esposo. Visto el éxito, una noche le susurró: «Francis: ¿no te aterrorizaría bucear en el Cabo de Buena Esperanza entre tiburones blancos?». Y Francis voló a Ciudad del Cabo, mientras ella buceaba en la piscina de su casa con Chofuu Kalamu. Fue atacado y muerto por un tiburón el profesional que asesoraba a Francis, que retornó sano y salvo. Recuperado y triunfante, Francis tomaba una copa de «champagne» en la biblioteca de su casa, cuando Vanessa se le acercó: «Héroe mío, hombre invencible. Me han dicho que es muy emocionante la caza del oso polar con arco». Y Francis compró un arco y viajó hacia los hielos árticos, mientras Vanessa y Chofuu Kalamu esperaban la luctuosa noticia: «El millonario Francis Trulock IV ha sido devorado por un oso polar». Francis regresó con la cabeza y la piel del oso y se topó de golpe con la tristeza. Su esposa, juguetona, había sido picada por una avispa cuando correteaba sobre el tupido césped que rodea la piscina, era alérgica, se le complicó la picadura, experimentó un episodio cianótico, y falleció. Nunca más se supo de Chofuu Kalamu, que huyó del lugar de los hechos con una buena parte de las joyas de la finada. Y Francis Trulock IV, casi un héroe nacional, mitigó su dolor casándose con Irina, una rusa cincuenta años más joven que él. Y son felices. Al menos lo fueron hasta el pasado 4 de mayo, día en el que falleció Trulock IV, dejando a Irina 10.000 dólares de herencia y el resto de su incomensurable fortuna a la «Fundación Oso Polar» de Anchorage.

Este largo preámbulo no tiene nada que ver con lo que sigue, pero me ha parecido cachondo contarlo, porque ayuda a comprender la condición humana. Sánchez no se parece en nada a Francis Trulock IV, que era un ganador nato. Pero la influencia femenina también le lleva de un lado al otro, si bien el objetivo que le ha marcado la señora de Sánchez a Sánchez es mucho más sencillo que ascender con 76 años hasta la cumbre del Everest, bucear con 78 años entre tiburones blancos en el Cabo de Buena Esperanza, y cazar con arco a un oso polar en el Ártico con 80 cumplidos. Ella le ha dicho a Sánchez: «Quiero que seas presidente del Gobierno de España aunque no ganes jamás las elecciones. Vivir en La Moncloa tiene que resultar chuliguachi». Y ahí está el pobre Sánchez, intentado agradar a su media naranja, cuando Sánchez es limón. Como en aquella inolvidable canción de Dodó Escolá de los años sesenta, dedicada al amor imposible de una naranja y un limón. Todo iba de perlas, «pero un día, triste día/ llegó un barco naranjero/ y a su bella naranjita/ se llevó hasta el extranjero/ y el limón del limonero/ se puso triste y se murió./ Y aquí termina esta historia de amor/ ¡Por culpa de la exportacióoooon!».

En el caso que nos ocupa y preocupa nada hay que temer de la exportación. El problema es que el simple y humilde deseo de una mujer inteligente y guapa incite y anime a su bello esposo a intentar lo inconquistable en contra de una mayoría abrumadora de los votos de los españoles. Vivir en La Moncloa. Y este hombre ha perdido literalmente los papeles, y cuando pasea por la calle la gente le hace pedorretas a sus espaldas, y en su partido, sus ocurrencias se celebran con la frase hecha «¡Son cosas de Sánchez!» y ella, erre que erre, dándole la mandanga con su «vivir en La Moncloa tiene que ser chuliguachi», y el pobre hombre cada día que pasa, más raro y empecinado que nunca. Para vivir en La Moncloa, que dudo mucho que sea chuliguachi, hay que ganar en alguna ocasión las elecciones. Y si no se ganan, facilitar que un Gobierno se haga cargo de España. Sánchez cree que a la tercera va la vencida y está a punto de provocar unas nuevas elecciones. Ella es así: «Pedrolín, esta vez ganas, y vamos a vivir a La Moncloa, que tiene que ser chuliguachi».

Pues nada, a contentar al amor. Y España, en porretas.