Alfonso Ussía
Cielo verde, pradera azul
El Tribunal Supremo ha admitido a trámite, obligado por la jurisprudencia, la demanda de paternidad de Ingrid Sartiau contra el Rey Don Juan Carlos. Según la jurisprudencia española basta «con que se aprecie una mínima línea de razonablidad o verosimilitud» para obligar a aceptarla.
Cielo verde, pradera azul.
Resulta intrigante donde han intuido esa mínima línea de razonabilidad los señores magistrados para aceptar la demanda. Lo que cuenta la señorita Sartiau, puede como mucho, considerarse divertido, pero nada más. Y no deja en buen lugar a su madre, Liliane Marie José Ghislaine, reputada ligona de la Costa del Sol en el decenio de los sesenta. Según Liliane, mantuvo en 1965 un apasionado romance con un joven de 31 años, guapo, dulce y apuesto y con los ojos azules.
El conserje del hotel le informó de que ese joven no era otro que el Príncipe Don Juan Carlos. Quizá la mínima línea de razonabilidad venga de ahí, del chisme del conserje, porque lo demás suena a auroras boreales. En 1965, Don Juan Carlos no tenía 31 años, sino 27, y sus ojos no eran azules, sino verdes, tal como son hoy en día. Se conocieron en una discoteca. Por ahí puede adivinarse otro tramo de la línea de razonabilidad. Las luces de las discotecas engañan mucho. De golpe, Liliane creyó ver en los ojos del dulce joven el azul de las praderas de Bélgica, y se quedó con la imagen grabada para siempre. Lo sospechoso es que, según ella, pernoctó con el dulce joven tres noches seguidas de amor frenético, y en ese punto, la línea de razonabilidad se rompe. O Liliane era muy pudorosa y tenía por costumbre proceder a los fornicios con las luces apagadas, o era de esas mujeres que hacen el amor con los ojos cerrados, que es la manera más tonta de hacer el amor. Está bien que se equivoque en el inicial contacto visual discotequero, pero tres noches y tres amaneceres, con sus tres desayunos compartidos, dan mucho de sí para comprobar que los ojos del amado en nada se asemejan al azul profundo de los pinares belgas. Me figuro a la joven pareja frente al mar naranja de la Costa del Sol mirando el verde esmeralda de los cielos malagueños. –Oh, joven dulce y bello de 31 años, cómo me recuerdan tus ojos azules a las lechugas de mi huerta-. Y claro, eso le pone a cualquiera.
Además del conserje, según Liliane, otra persona le aseguró que el joven dulce de 31 años y ojos azules era Don Juan Carlos. Nada más y nada menos que José Guijarro Romanov de Colonard-Borbón, es decir, un pariente cercanísimo del Rey por la ramas Guijarro y Romanov. La Casa Real de los Guijarro proviene de la Edad Media, y de los Romanov, poco queda por decir. Para colmo, se trataba asimismo de un Colonard-Borbón, que como saben todos los historiadores y expertos en heráldica son los Borbón más Colonard, porque hay borbones nada Colonard y colonards nada Borbón. Oído el conserje y ratificada la identidad del joven bello y dulce por el príncipe Guijarro, la señora Liliane reconoció ante el notario «que ante mi sorpresa y emoción, tomé el coche y regresé directamente a Bélgica. Y que hasta el nacimiento de mi hija Ingrid no tuve ninguna relación sexual, lo que garantiza ciento por ciento que mi hija lo es de Don Juan Carlos».
Hace dos años, Ingrid apareció ante su madre con un recorte de prensa en el que se leía que Don Juan Carlos había cazado un elefante. Liliane tranquilizó a su retoña, que ya ha superado los cincuenta añitos: «No creas a la prensa. Es muy bueno. Y lo conozco bien porque es tu padre». De nuevo, la línea de razonabilidad intuida por el tribunal Supremo.
Pero sobre todo, un precioso cuento de amor. Me pinchan y no sangro. Todo muy lógico. La Bandera de la Unión Europea más verde que nunca y los guisantes azules, como toda la vida.
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