Ely del Valle

Colaboraciones necesarias

La Razón
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Las consecuencias políticas del asunto de las mordidas deberían ir bastante más allá de si Artur Mas va a repetir o no como presidente de la Generalitat. Si lo que todo el mundo parecía conocer y ahora está en vías de investigación judicial se termina demostrando, este caso es gravísimo. No hablamos de la corrupción de unos cuantos individuos. Ni siquiera de la de un partido. Hablamos de la podredumbre de todo un sistema que se ha ido heredando de unos a otros y que afectaría no solo a quienes han propiciado su propagación buscando el beneficio propio sino también a todos aquellos que por guardar silencio son cómplices necesarios.

Han pasado más de diez años desde que Maragall aseguró que el problema de CIU se llamaba 3%. Aquella acusación fue retirada de inmediato porque Mas amenazó con romper el consenso para reformar el Estatut. Ni la fiscalía anticorrupción, ni la oposición, ni los votantes se inmutaron ante semejante escándalo. Cinco años después se convirtió en president y desde entonces no ha hecho mas que perder escaños sin que nadie haya movido un músculo para agitarle la silla, lo que ya es motivo suficiente para preguntarse qué intereses de trastienda, propios y ajenos, son los que le sujetan. Por eso, si existiera un dios de la decencia, hoy su voz retumbaría en Cataluña preguntándose si alguna vez hubo un político honrado, entendiendo por honradez, además de la condición de no formar parte de la plaga, la virtud de haber tenido la valentía suficiente para no volver la cabeza y denunciar lo que todos sospechaban, sin rectificar ante las amenazas y sin importarle que con el gesto, pactos, alianzas e incluso su propia carrera quedase convertida en estatua de sal.