Pedro Narváez

Coleta morada

La Razón
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El ridículo es inversamente proporcional a la importancia del personaje. Lo sentimos todos los días en algún momento, pero como no interesamos más que a los que nos sufren de cerca, el rubor pasa desapercibido en la nada, con lo que la vergüenza es grande pero íntima. El vídeo de Pablo Iglesias haciendo el indio, «Coleta Morada no entender Pequeño Pujol fumar puro con Gran Jefe Plasma», icono posmoderno de la tranversalidad desmelenada, ha traspasado el umbral del club de la comedia para asaltar el cielo de las escenas absurdas vía «trending topic». Aspira a la inmortalidad aunque aún no sepa que acabará bañado en la decepción. Iglesias gasta un egocentrismo literario hasta para hacer de mandamás de la tribu. Lo señalaba Kundera en «El libro de los amores ridículos»: «Aquella noche estaba brindando por mis éxitos sin tener la menor sospecha de que estaba celebrando la inauguración de mis fracasos». Kundera no puede sentir piedad porque a él los comunistas de Praga intentaron convertirlo en el hombre invisible, como a tantos disidentes que no están en la lista de agraviados de Podemos. Como espectáculo, la campaña electoral es un soberbio escenario en el que ensayar episodios piloto de una comedia de situación, un «Aquí no hay quién viva» que es en lo que quieren convertir a esta España rodada por Trueba en la que no ser español es motivo de orgullo. España, como para Victoria Beckham, debe oler a ajo vampírico. Coleta Morada no saber lo que dice. Para él la Patria es un concepto económico. Más que la republicana, o la estelada, a lo Karmele Marchante, que ya es cañí, a la que acabará jurando bandera en el baile de los pactos del 28-S, debería llevar la de Finlandia a la que todo el mundo mira como El Dorado. Uno tiene todo el derecho a sentirse finlandés, otra cosa es que un sirio converso al finés traspase su frontera. En la monarquía de «Alicia en el país de las maravillas», la Reina de Corazones ya había gritado «que le corten la coleta» con sólo ver un minuto de esa actuación, en la que el líder se toma en serio, que es la antesala al ridículo y la cursilería. Se siente tan grande que Gasol sería otro pitufo en sus manos, el pitufo león, porque al menos gana en la adversidad como Tsipras. Visto el resultado final, esperamos el montaje del director y el «making off», esa reunión en la que Coleta Morada se probaba ante el espejo el traje de orador rapero a ritmo de Javier Krahe, el momento estratega en el que surge el Eureka. Para minutos musicales de este fin de fiesta me quedo con el redescubrimiento de Iceta en la pista de baile. No puede hacer el ridículo el que se ríe de sí mismo. Me tiene entre sus rendidos «fans». El próximo 25 suspiraremos «¡por fin es viernes!» a lo Donna Summers. Coleta Morada sin embargo tiene la gracia donde las abejas. Ni para una chirigota de Kichi.