Alfonso Merlos

Comisionistas y moralistas

Se les ha pillado pasando el cazo. Y llenándolo hasta donde buenamente han podido sin que se les note demasiado. Pero la Policía lo ha notado. ¡Una barbaridad! Ellos tan exquisitos, tan pulcros en la gestión de los dineros, tan de guante blanco en sus tratos políticos, tan entregados a la idea de que si algo les falla en el bolsillo es porque ahí está Madrid, siempre presto a rapiñar, a tomar lo que no es suyo de forma sistemática, injustificada, dañina para la nación catalana. Pero todo es una colosal patraña. ¡Olímpica, insultante!

La verdad como un templo es la que se establece en documentos judiciales, timbrados, sellados, foliados. Los que han cruzado la raya que separa la irregularidad del delito son los señoritos de CDC, los paladines del separatismo, los ahora entregados a trocear España y hacer lo que les cuadre en una esquina del solar patrio. Es tan repugnante como previsible. Porque ellos eran los concentrados gustosamente en el estudio y la enseñanza de la moral pública al resto de los mortales. ¡Ahí es nada!

Pero no. No eran moralistas. Eran vulgares comisionistas. Eran como presuntamente Bárcenas pero a otra escala y en otra parte del territorio, entregados a otros chanchullos, seguramente sin llevarse el dinero tan lejos, a cuentas de bancos cerca de los que era posible practicar el esquí de altura.

El fondo de este tráfico de favores es casi tan viejo como la historia de la civilización (dinero por adjudicación de obra pública). Y desde luego debería llevar a reflexionar a los ciudadanos a los que Artur Mas considera prácticamente súbditos en una dirección definitiva: el único expolio constatado en esa hermosa región de España es el que perpetra una casta política que se envuelve en la estelada no para tapar sus vergüenzas sino mucho peor, sus miserias y sus mordidas.