Alfonso Ussía
Con reloj y cartera
He sentido un hondo alivio al saber que el Príncipe de Asturias ha vuelto a Madrid desde Caracas sin novedades dignas de reseñar. Es más, milagrosamente ha conseguido que no le sustraigan ni el reloj ni la cartera, alta probabilidad que seriamente me preocupaba. Y en perfecto estado físico. Por ahí se movía Garitano y alguno más de Bildu, y el peligro real no era exageración ni capricho. Me gustó su estoicismo durante el acto. Un acto, para mí, absolutamente demoledor. Y me apresuro a explicar los motivos de mi demolición y hundimiento.
Hace años, muchos ya, formé parte del espacio creado por Luis del Olmo en su programa «Protagonistas» conocido como «El Debate del Estado de la Nación». Luis lo conducía magistralmente, lo presidía Antonio Mingote, brillaba con esplendor Luis Sánchez Polack «Tip», balbuceaba el gran Antonio Ozores, agonizaba de divertida angustia Chumy Chúmez, participaba José Luis Coll y yo lo hacía con diferentes personajes que iban de Juan Pineda, un cavernícola incoherente, al doctor Gorroño, un médico inmoral y bastante divertido que alcanzó un estimable nivel de popularidad. Entre esos personajes destacaba Jeremías Aguirre, corresponsal del Gobierno sandinista de Nicaragua. El dogma está reñido con el humor, y el entonces embajador de Nicaragua, un sandinista como cualquier otro sandinista, advirtió a Luis Del Olmo de las consecuencias que podía sufrir si «mantenía a un impostor que no era periodista» en su programa. Se refería el embajador a Jeremías Aguirre. Ese personaje, con el que mucho me he divertido y al que terminé por apreciar sinceramente, murió ayer. Después de oir a Maduro, Jeremías Aguirre ha perdido toda su razón de ser y estar en este mundo. Nadie puede superar en comicidad, cursilería, pomposidad estafadora, ridiculez y palabrería hueca al gran llorón de Maduro. Se ha cargado en un santiamén a mi personaje, que también ayer fue enterrado discretamente porque su cometido en esta vida ha dejado de importar. Maduro ha conquistado la cima del mejor humor durante su emotiva y llorada alocución ante los restos mortales de su amado «Presidente Comandante». Sólo le faltó un detalle para que su alocución se convirtiera en un hecho histórico inmortal. Desmayarse ante el ataúd de Chavez, o fallecer de «penaje» y compartir con su amado «Presidente Comandante» el tránsito hacia el Misterio. Romeo y Julieta y los Amantes de Teruel a su lado, unos gélidos egoístas.
Me extrañó el aplauso del Presidente de Chile, que es un personaje normal y decente. Que aplaudieran Ahmadineyad, Raúl Castro, Morales, Ortega, y demás sátrapas allí presentes, nada tiene de particular. El Presidente de Colombia y el Príncipe de Asturias supieron esconder mejor las manos y no compartir ovación con semejantes asnos. Yo, desde la distancia, sí aplaudí, y con gran entusiasmo, pero la razón que a la ovación me llevó no fue política, sino de homenaje al humor, a Luis Del Olmo, a mis queridos y escapados compañeros de tantos días felices y al «Estado del Debate de la Nación» con Jeremías Aguirre (Q.E.P.D.) pidiendo conexión desde Managua.
Pero lo importante es que el Príncipe ha retornado sano y salvo del marronazo en el que le metió el ministro Margallo, al que un día le preguntaré los motivos que le han llevado a enviar tan alta representación al guateque-funeral de Hugo Chávez. Porque nada pintaba el Heredero de la Corona en el homenaje a quien persiguió y expropió los bienes de los españoles, custodió, amparó y mantuvo a los terroristas de la ETA huidos a Venezuela, y se embolsó en nombre del pueblo 2.000 millones de dólares de los venezolanos. Con Garitano, el de Bildu, la representación de España estaba suficientemente cubierta.
Y la cartera y el reloj, a Dios gracias, en sus respectivos sitios. En un bolsillo y en la muñeca izquierda.
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