Julián Cabrera
Concertinas e hipocresía
Hace ya catorce años, cuando España comenzaba a mostrarse como un destino idóneo para miles de inmigrantes del Tercer Mundo y antes de los «efectos llamada» y de comprobar que nuestra capacidad para absorber personal foráneo no era ilimitada, un consejo europeo celebrado en la ciudad finlandesa de Tampere marcaba uno de los más sonados cierres en falso de la Unión Europea, a propósito en este caso de las políticas migratorias.
La cumbre de Tampere iba a marcar las grandes líneas comunes en política de fronteras, pero ni estas líneas son comunes en todos los países socios, ni se aplica una colaboración efectiva con los países de origen ni funciona el llamado sistema europeo común de asilo.
Y en éstas le llega al Gobierno español la polémica a propósito del drama de las concertinas, ya saben, esas cuchillas en las vallas fronterizas con Marruecos, lesivas para quienes, en su comprensible desesperación, tratan de pasar ilegalmente a territorio español. Sin negar que pueda haber otros métodos disuasorios, convendría detenerse en algunas consideraciones para dejarlo todo en su justo término:
De entrada, la valla disuasoria es de frontera española y también europea y en Estrasburgo, por ejemplo, tan preocupados por los derechos humanos de algunos, nadie dice ni pío. Por otro lado, estamos hablando de una disuasión pasiva, mucho más incluso que la de las vallas electrificadas que protegen a otras propiedades e instituciones. No pretendo representar a Wilkinson o Gillette, pero otras medidas en democracias como la italiana o la norteamericana como prohibir a los pescadores de Lampedusa el auxilio a ilegales naufragados o dejar morir de hambre y sed en el desierto de Texas a miles de centroamericanos parecen mostrarse como bastante menos ejemplares. La alternativa a las concertinas es todo menos la hipocresía.
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