El desafío independentista

Contraste

La Razón
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Es mejor distanciarse un poco de lo de Cataluña para que no nos suba más la tensión. Un buen remedio puede ser recorrer los caminos solitarios de la España del interior en este otoño soleado. El viajero notará enseguida el contraste con el ruido y la furia que se ha apoderado de las ciudades y pueblos catalanes. La esquilmada Castilla contempla con enojo y desdén a la rica Cataluña, agitada por un viento de locura. Cree que se queja de vicio. Son comunidades históricas que deberían ser complementarias, como en otros tiempos. El contraste tiene mucho de aleccionador. En los dos escenarios se busca la memoria perdida. Es la única coincidencia. En un sitio desde la opulencia y el alboroto y en el otro desde las ruinas y el silencio. Lo mejor que podemos hacer los últimos testigos de una civilización milenaria que se acaba, con la muerte de los pueblos del interior y su ancestral forma de vida, es recoger amorosamente los despojos, mientras los otros pretenden la independencia no se sabe bien de quién, ni de qué, ni por qué.

Pero los pueblos tienen memoria. Es lo que queda bajo las ruinas y la desolación, la cuarta dimensión de las cosas. El camino que conduce al río, el campanario sin campanas, el olmo seco, las eras vacías, el cencerro de las ovejas olvidado en un rincón del portal, el trillo arrumbado, las viejas tejas de la casa con musgo, la puerta de la ermita, el lavadero abandonado, la fuente, las ruinas del viejo molino... Detrás de cada sitio y de cada objeto hay un mundo entero, escondido, desconocido e invisible para el forastero. La memoria de las cosas constituye lo más parecido al alma del pueblo. Este sólo acaba muriendo cuando se ha perdido completamente su memoria. El viajero de la ciudad caerá casualmente por el pueblo vacío con la mochila al hombro. Y paseará por las calles desiertas mirándolo todo con curiosidad. Sacará su cámara digital e irá fotografiando las ruinas y los rincones que le llamen la atención, pero sin que alcance a descubrir la vida callada que viene de lejos, de muy lejos. Si, en esas soledades, se le ocurre al fin sentarse en la plaza y mirar en el móvil las últimas noticias, pensará que lo que pasa en Cataluña es que están falsificando la memoria.