Lucas Haurie

Convergiendo o no

La anunciada integración de IU en la marca parida por la zurdera antisistema para las municipales de 2015, «Ganemos» o sus traducciones vernáculas, clausura canónicamente la primera etapa de la anunciada revolución pabloeclesial: el abrazo del oso o eliminación de la disidencia. A este acuerdo lo seguirá la deglución antes de las legislativas, culminación de un vertiginoso proceso de convergencia auspiciado por el (ex) indignado Alberto, alias Garzón II el chico y alias Caballo de Troya. El viejo Komintern lleva ahora guayabera o chándal, según toque, y ya no influye mediante rublos y torturadores enviados por Moscú, sino con petrodólares caraqueños. En clave interna, habremos de desear que ningún reticente del viejo PCE termine desollado vivo, como el anarquista Andrés Nin, porque a éstos les gusta más una purga contundente que a un tonto una peonza. La cosa, cuitas endogámicas aparte, es que sobre Pedro Sánchez (y sobre Susana, su mentora trianera) se cierne un horizonte de decisiones complicadas, una catarata de problemas que terminarán resumiéndose en uno. Frente Popular, ¿sí o no? Nada queda mínimamente presentable a la izquierda de un PSOE que ni quiere abandonar un feraz granero de votos, ni puede retomar la centralidad en mala hora despreciada por Zapatero, ni sabe si le conviene pactar con unos tipos que en el fondo están convencidos de que son unos orates. Porque hasta la mejor perspectiva demoscópica socialista anuncia malabarismos aritméticos postelectorales. Si Rosa Díez cuenta con algún economista de cabecera, que le explique en qué consisten las «oportunidades de mercado». Una coalición con Ciudadanos (veintitantos diputados en las Cortes, presencia en todas las cámaras autonómicas...) la convertiría en la única bisagra potable de todo el espectro político, y podría así corregir eficazmente las fallas del denostado (por ella) bipartidismo. Pues resulta que todavía se lo está pensando.