José María Marco

Coraje en solitario

El Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero dejó un país a punto de entrar en quiebra, desarticulado en lo institucional y en lo nacional, sin prestigio fuera y, por si todo esto fuera poco, sin representantes verosímiles en la izquierda. Intentar comprender lo realizado por el Ejecutivo de Mariano Rajoy en su primer año de gobierno requiere tener en cuenta este legado.

Después de lo ocurrido desde 2004 y, más tarde, desde que se desencadenó la crisis en 2008, nuestro país necesitaba abrir una etapa de reformas profundas, de muy largo alcance. Estas reformas debían rectificar normas y usos instalados en España desde muy lejos, desde tiempos de la Transición. En este apartado se pueden incluir, por ejemplo, el poder desmedido otorgado a los sindicatos, el despilfarro autonómico, un mercado de trabajo anquilosado o una Sanidad sin control de gastos. De seguir como estábamos, la esencia misma del Estado social y democrático se iba a ver afectada. Pues bien, para emprender estas reformas, el Gobierno no ha tenido interlocutor en el partido de la oposición. No hay ahora mismo un partido de oposición que sustente una posición nacional y de alternativa, dispuesto a la negociación. De haberlo -de tener el PSOE algo del carácter socialdemócrata del que tanto presume- las reformas serían menos dolorosas y obtendrían resultados mucho antes. No será así, por desgracia.

Este vacío se produce también en el ámbito autonómico, donde ha planteado desafíos específicos que el Partido Popular ha resuelto satisfactoriamente, sobre todo en vista de las dificultades a las que se enfrentaba. Como es su deber, el Gobierno ha evitado cualquier confrontación y mantiene una posición de ayuda y exigencia, abierta también al diálogo para cuando los nacionalistas decidan recuperar la sensatez y dejar de hacer el ridículo. Es lo más inteligente, sobre todo cuando no se tiene interlocutor a nivel nacional.

Sostener esta posición ante los autonomistas frenéticos requería salvar el prestigio del Estado. Es una de las explicaciones de la negativa a solicitar el rescate de España a las instituciones de la Unión..., a menos que fuera absolutamente necesario. Esta decisión ha llevado a tomar medidas contrarias a lo deseado por el propio Gobierno y a lo postulado en el programa del Partido Popular, como incrementar el IRPF y el IVA o no subir las pensiones según la inflación. La alternativa era -y sigue siendo- la quiebra del Estado y el desprestigio de nuestras instituciones y de nuestro país.

Haber sido capaz de hacer esto ha devuelto a España el respeto perdido durante los años socialistas. Nuestro país no ha sido intervenido y un Gobierno elegido democráticamente ha sido capaz, en solitario, de tomar algunas de las medidas imprescindibles para rectificar una situación al borde de la catástrofe. A partir de aquí, podremos empezar a recuperar el prestigio que una vez tuvimos como ejemplo de actitud reformista y abierta al cambio. No parece que se aspire al sueño de liderazgo de tiempos de Aznar, pero se han sentado las bases para el respeto y la posibilidad de ejercer la influencia que nos corresponde. La importancia concedida por este Gobierno a la imagen de España sería una pura fantasía si no hubiera ido acompañada de estas medidas que nos sitúan en lo que somos de verdad: no un país de lunáticos destinado a servir de conejillo de indias a los delirios de experimentación política e ideológica de medio mundo, sino una nación seria, solvente, ambiciosa, poblada de ciudadanos responsables y con ganas de trabajar.

José María Marco

Historiador y columnista de LA RAZÓN