Violencia de género

Crimen de honor

La Razón
La RazónLa Razón

Una famosa bloguera de Pakistán, Qandeel Baloch, fue estrangulada por su propio hermano, a quien le molestaba la libertad de la joven de 25 años. Hacía vídeos, fotos y los colgaba en las redes sociales, donde la seguían casi 800.000 personas. Según su hermano, «eso no estaba bien visto en la familia». Crimen de honor, lo llaman. Hay palabras que no casan en la misma frase. Tampoco los números. Según la HRCP, este año 262 mujeres han sido víctimas de crímenes de honor, 84 por decidir con quién casarse y 149 por mantener lo que ellos llaman relaciones ilícitas. El año pasado fueron mil las mujeres asesinadas. La cifra real es mayor porque la mayoría no denuncia, y si lo hace, no se registra. Los números, como las palabras, no siempre dicen la verdad. Corren malos tiempos para la mujer en algunas partes del mundo. O no están, o desparecen, o no se las espera, a no ser que sea para matarlas. Resulta significativo que durante el golpe de Estado de Turquía no se viera a una sola mujer en la calle. Se vieron e incluso se convirtieron en mártires en la Primavera Árabe de Egipto, en las revueltas de Teherán, en el puente de Vrbanja de Sarajevo a favor de una Bosnia soberana e independiente... Pero ni en Ankara ni Estambul. Quizá por esa ausencia, se escuchan las mismas palabras de siempre. El presidente turco, Erdogan, inmerso en las purgas, como lo estuvieron Stalin, Milosevic o el propio Hitler –purgas y limpieza, dos palabras utilizadas para justificar el exterminio a lo largo de la Historia–, dice que debatirá reinstaurar la pena de muerte porque «no podemos ignorar al pueblo». Pues sí que ignoran a las mujeres y se empeñan en encerrarlas en casa, desterrarlas de la calle y taparlas bajo tela. No está bien visto que se echen a la calle, ni para sentarse en la terraza de un café ni para luchar por la libertad y por la democracia. La misma explicación esgrimida por el hermano de Qandeel Baloch. Lo que une la semántica en esos tiempos, aunque sea para maquillar la verdad. Como la política, la semántica hace extraños aliados.