Pedro Narváez
Criminales
La oposición del Congreso se ha convertido ya en la cabeza de una manifestación en la que para triunfar se deben pronunciar palabras gruesas, rimas hirientes, insultos cabrones. Podría caer en la simplona comparación con «Sálvame» si no fuera porque la corte de Jorge Javier Vázquez demuestra más vergüenza que Joan Tardá y Coto Matamoros no tiene que presumir de moral como parece que intenta el diputado de Amaiur Sabino Cuadra, que se permite llamar criminal al Gobierno cuando su partido jalea un historial de pistolas humeantes. Dios. Las palabras también fusilan al amanecer, los renglones acaban en un tonel de cicuta. A Wert lo quisieron emparedar el miércoles llamándole terrorista social y a Báñez a cuenta de las pensiones el tal Cuadra pretendía darle matarile al acusarla de crear «un caldo de cultivo para los suicidios», como si la ministra dirigiera un «remake» de «Arsénico por compasión», aquella película de Frank Capra con Cary Grant en la que unas encantadoras viejecitas asesinaban a los ancianos para que no sufrieran. Palabra de Cuadra, que se revuelve cuando le recuerdan que defiende «poco menos que a bestias sanguinarias». A este paso la Carrera de San Jerónimo será una sucursal del Parlamento de Ucrania donde los guantazos van más deprisa que el hambre. Ciertos diputados han hecho suyo el discurso faltón de los que llaman a rodear el Congreso para que los próximos manifestantes no les escupan a la cara por viajar en preferente. Pero no basta con llamarles al orden. Hay que hacerles cumplir con las reglas. Ellos dicen lo que quieren mientras que el que esto escribe tiene que morderse la lengua. Si no les gusta el sillón que devuelvan el acta de diputado y se vayan a desgañitarse a la calle mientras el frío los convierte en muñecos de nieve.
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