Alfonso Ussía

Cuesta abajo

La Razón
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Ayer me llamó mi gran amiga pija, la que votó a «Podemos» porque su padre no le compró el coche que ella quería. Ella es así, determinante. A sus amigos, ya treintañeros con vocación de cuarentones, les salen los euros por las orejas. Se lo dije con todo cariño: «Pijilla, a los 37 años no puedes pedirle a tu padre que te compre un coche. Ya tienes edad para comprártelo tú».

El problema es que no ha trabajado nunca, y su independencia es dependiente de la generosidad de su padre. Quería un «Mini» con todas las chorradas y accesorios posibles, y su padre le compró un Renault de serie. «Te vas a enterar, papá, voy a votar a “Podemos”. Y mis amigos también».

Ayer intuí en su tono una incipiente decepción. «Creo que me equivoqué votando a esa gente tan agobiante. Estoy “down”. Pero no “down”, sino “down, down, down”. Es horrible. Y mis amigos también están bastante “down”. El único que sigue siendo de “Podemos” es Bobby, mi ex, que me dejó cuando papá no me compró el “Mini”. Ponte en su caso. Entendí su reacción. Estuvo un mes viviendo en una tienda de campaña en la Puerta del Sol. Y después de ese sacrificio, a su novia le regalan un coche de serie. Y me lo dijo: “Darling, búscate otro”. Ya lo tengo. No soporto los noviazgos largos. Y en Kenya, donde me llevó papá para acompañarle a un safari –¡qué rollo rollazo!–, llegamos a un acuerdo. Si me matriculaba en Decoración de Interiores no votaría más a “Podemos” y me compraría el “Mini”. Ya está en marcha. Bueno, “ciao”, que tengo que hacer “running” con Dicky, mi entrenador personal. Cuando estrene el “Mini” te llamo, “ciao, ciao”».

He leído que en las próximas e inevitables elecciones, «Podemos» puede experimentar la melancolía del descenso. La bolsa, imprevista e impresionante de votos a su favor, no se llenó exclusivamente con papeletas de izquierdas. Hay, por lo menos, un millón de votos pijos que están dispuestos a volar hacia otros partidos. La precipitación, la chulería y las exigencias de un partido que ha querido imponer su voluntad estalinista con 69 escaños, han asustado a muchos.

«Podemos» no defiende la unidad de España. Y ha exigido la Hacienda, el BOE, el CNI, el control de los medios de comunicación, la Defensa Nacional, la Educación y la Cultura. Con 69 escaños, la mitad del Gobierno y el control de los organismos estatales fundamentales. Para mí, que pretendían un golpe de Estado camuflado en los resultados de unas elecciones que no han ganado. Por otra parte, la situación límite de Maduro, el fracaso de Evo Morales y la derrota del peronismo han dejado a «Podemos» al amparo exclusivo de los ejecutores de homosexuales iraníes. «Podemos» no ha firmado la declaración europea contra el terrorismo del Estado Islámico, y se ha sumado feliz y decidido a la interpretación política y la solidaridad personal con el terrorismo de la ETA. Han dejado las huellas de centenares de «tuits» y vídeos amenazadores y lamentables. Su nepotismo en la colocación de novias, novios, padres, tíos y primos como asesores a dedo, ha superado todas las expectativas. Y sus pedanterías, sus falsas miradas de amor y demás chorradas, nadie se las cree. «Podemos» no quiere elecciones porque intuye la cuesta abajo sin haber logrado culminar la cuesta arriba. Europa, que influye más de lo que algunos creen, ya ha advertido a España de los peligros que entraña la presencia de «Podemos» en el poder político y económico. Tienen a Irán detrás, y quizá al Estado Islámico, pero en Europa el único que cree en ellos es el farsante de Varufakis, que se está forrando con sus conferencias. La decepción de mi amiga pija no es un desmoronamiento aislado. Conozco a votantes de izquierdas que han votado a «Podemos» y quieren unas nuevas elecciones para no volver a equivocarse. En el siglo XXI no se puede intentar el retorno a los principios del XX. Los españoles no somos excesivamente inteligentes, pero no tan majaderos como «Podemos» nos interpreta.

Creo que las nuevas elecciones son inevitables. «Podemos» no quiere que se convoquen. Serán, probablemente, muy decepcionantes para sus oscuros y nebulosos objetivos. Lo de la pija es una anécdota. Acudirá al colegio electoral conduciendo su «Mini», regalo de papá. Pero serán muchos más los que se acerquen en el Metro o en autobús a decir a Pablo Iglesias y su pandilla de farsantes que muy bien, que de acuerdo, pero que el juego ya no resulta tan divertido.