Roma

Cultura del agua en Hispania

Hispania fue conquistada por Roma como resultado de operaciones militares de la segunda guerra púnica a partir del año 218 a.C., con el desembarco de los escipiones en la colonia griega de Ampurias; la conquista fue costosa y prolongada, perdurando hasta el 19 a.C. en la guerra contra cántabros y astures que puso punto final a la conquista de la estratégica península hispánica. El emperador Augusto inició la romanización de Hispania, apreciada en la concesión de la ciudadanía a todos los hispanos, hecha por Vespuciano entre los años 70 y 74, y desde ese momento el grupo de senadores hispanos pesó con fuerza y adquirió importancia en los asuntos del Estado romano. A consecuencia de la concesión de ius latii se produjo una mayor y más intensa romanización, especialmente en algunas regiones como la Tarraconense, la Lusitania y la Bética. La península ibérica, que en principio fue una colonia de explotación, fue poco a poco adquiriendo desarrollo en lo que se refiere a la administración, con singular intensidad en el aspecto cultural, manteniéndose al menos durante doscientos años la inteligente reestructuración del Imperio hecha por Augusto hasta la reforma de Diocleciano, que integró las provincias de las «diócesis hispaniarum».

Nadie ha tenido en cuenta la importancia de la romanización de España como un fenómeno de «integración», noción que expresa la relación que se despliega entre las partes y el conjunto, entre las minorías y la mayoría que constituyen una determinada sociedad. Las modernas ciencias sociales y humanas definen la integración opuesta a la «asimilación» o «aculturación», entendiendo que los grupos más débiles desaparecen al incorporarse al de mayor potencialidad, que no es el caso de la España romanizada pues se produjo una integración, en razón de la cultura, que en los momentos actuales ha llegado a una sistematización del concepto como caracteres de globalidad nacional, desarrollado históricamente en una personalidad social geohistóricamente tratada, hasta constituir un legado peculiar comprobado en su experiencia empírica y espiritual en todos los órdenes de la vida. La romanización de España creó las bases de una civilización posteriormente transmitida a culturas nucleares, modificándolas, quizá, por imperativos militares pero en un proceso genético. Ello puso en acción los mismos supuestos creados para el bien común en etapas anteriores como cimientos culturales. La etapa cultural romana y la visigoda, hasta la invasión árabe-bereber, constituyen etapas de civilización peculiares, en las que los agentes hispano-romanos continúan ejerciendo estructura, es decir, ejercicio práctico de resistencia, por más que inevitablemente se produzcan cambios y alteraciones, de acuerdo con la tradición propia de la civilización que adapta a sus necesidades sus propios conocimientos y tradiciones.

Una mirada rápida a las referencias que se aprecian en la cultura hispanorromana respecto a ciencias humanas y saberes técnicos que puedan tener relación efectiva e importante con el agua, nos pone en presencia de varias áreas de civilización: la Agricultura y, en ella, los sistemas de regadío y abastecimiento del agua para ciudades; en Ingeniería Civil y Urbanismo, la arquitectura monumental, en la que los acueductos constituyen su más importante dimensión; y en Medicina Pública e Higiene Social, las termas y el termalismo. Tres áreas de enorme entidad social, con una base científica justificativa de las construcciones de presas, norias, acequias, balnearios, acueductos, termas y baños, aguas subterráneas y medicinales. En estos tres sectores existen estudios en los que desde la experiencia, o bien la sabiduría, se escriben obras que sirven para los que, con posterioridad, necesiten aplicar tanto el conocimiento como la experiencia. Así ocurre con Lucio Junio Columela, autor del tratado «De re rustica», y uno individual sobre «De Arboribus», una disciplina de considerable importancia sobre el agrarismo que llegó a alcanzar el grado de ciencia. Natural de Cádiz, Columela creó escuela, de manera que en el siglo IV Paladio Rutilio Emiliano pudo escribir el tratado de «Agricultura». En el sector de la Medicina Pública e Higiene Social, los romanos hicieron honor al lema sanitario «Salus Populi Suprema Lex». A finales del imperio de Augusto abrió sus puertas la Schola Medicorum en Roma y en todo el Imperio se fundaron centros de salud con termas, baños y curas de agua termales.

Sin duda, la mayor originalidad consistió en la gran arquitectura, el urbanismo de las ciudades, con la creación de obras monumentales realizadas por ingenieros-arquitectos («Praefecti Fabrum»), en la estela de la «Historia Natural» de Plinio. Hay que destacar también la ciencia del arquitecto romano Marcus Vitruvius Pollio, al que Julio César encargó máquinas de guerra, y, en el reinado de Augusto, compuso su tratado «De Architectura» (Roma, 1486), que trata de la construcción y sus problemas científicos y técnicos; ejerció influencia total y plena en los arquitectos renacentistas, estableciendo que toda obra debía poseer solidez, utilidad y belleza.