Alfonso Ussía
Cursi de la justicia social
En la escala de los tontos, y como dirían los tenistas, en su «top ten», destacan el «Tonto con balcones a la calle» y el «Tonto con bandera republicana», muy de las preferencias de Antonio Burgos. Para mí, el tonto más tonto de todos los tontos es el «Tonto soy ciudadano del mundo», que en España abunda, sin olvidar al «Tonto del problema palestino», muy común también en nuestra piel de toro. Con los cursis, desde que los definiera de forma magistral el gran político de la Restauración don Francisco Silvela en su opúsculo «La Filocalia», sucede lo mismo que con los tontos. Que nuevas subespecies se han encaramado a lo más alto de la cursilería, dejando a los de antaño en el estrato medio de la clasificación general. La cursilería acostumbra a ser cortés. La excesiva cortesía es un punto de partida hacia la cursilería en su grado menor, el incipiente. Pero no se habían dado casos de cursilerías groseras, hasta que el gran cursi de España, Pablo Iglesias, se ha hecho con el liderazgo de la cursilería y la grosería simultáneamente.
La Casa del Rey, en nombre del Rey, invitó a Pablo Iglesias a la recepción en el Palacio Real posterior al desfile del Día de la Hispanidad. Y la respuesta de Pablo Iglesias ha sido negativa. No considera oportuno asistir a la recepción Real porque «su presencia es más útil en la defensa de la justicia social». Es decir, que Pablo Iglesias está entregado las veinticuatro horas del día a la defensa de la justicia social, ardua labor que le impide perder una hora en recepciones institucionales. No obstante, cuando en lugar de saludar al Rey por educación, el Rey suma al saludo un sobre con un premio económico donado por una entidad bancaria, gozo que ya ha experimentado Pablo Iglesias, el hombre se olvida de la defensa de la justicia social y se presenta en el acto con la finalidad de recoger el cheque.
La innecesariedad es la madre del cordero en eso de la cursilería. Y también la pedantería y el fervor por la imagen y la apariencia. La contestación a la Casa Real de Pablo Iglesias no responde a un impulso momentáneo de sinceridad. En tal caso hubiera contestado con un lacónico «No podré asistir», o incluso «mis ideas condicionan mi presencia en la Recepción del Rey». Pero lo de la defensa de la justicia social es tan cursi, tan grosero y tan necio que sólo puede ser consecuencia de una profunda meditación. Cuando una persona que no está capacitada para meditar o reflexionar con hondura se dedica a la profunda meditación, no dice más que chorradas.
Como la número dos del PSOE por Madrid, Meritxell Batet, que nos regala un nuevo concepto de la nación. Meritxell Batet ha vivido muy cómoda en el nacionalismo catalán desde el PSC, y es lógico que su aterrizaje en Madrid con el número dos de la lista encabezada por el imprevisible Pedro Sánchez, le haya desencuadernado los conceptos, fundamentalmente el de la nación, que en el caso que nos ocupa, es España. «Mi concepto de nación depende del contexto». Es decir, que tiene una idea clarísima de lo que es España siempre que el contexto se lo autorice o permita.
Porque no es la nación lo importante, sino el contexto por el que transcurre en un momento dado, y Meritxell ha decidido que mientras sea la número dos del PSOE por Madrid, el contexto es favorable, lo cual nos demuestra que no sólo baila con las piernas y los brazos, sino también con el más absoluto descaro, también inmerso en la cursilería.
Pero me quedo con la excusa, y vuelvo a Pablo Iglesias. No me gusta cenar fuera de casa. Amanezco temprano, y tenía que excusarme por no asistir a una cena que tendrá lugar el próximo jueves. «No podré asistir, lamentándolo mucho, porque mi presencia es más útil en la defensa de la justicia social».
Y si no se lo creen, es su problema. Gracias por la idea, inconmensurable cursi.
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