Toros

Toros

Dámaso

La Razón
La RazónLa Razón

Hablaba con un amigo argentino de toros. Estábamos en la Taberna Sanlúcar de Madrid (barata, buena, acogedora) donde una foto de Rafael de Paula preside la ingesta de tortillitas de camarones. Le contaba lo raro y lo sobrenatural de ese torero. De Curro Romero. De sus pinceladitas, de sus faenones, de sus petardos importantes. Y de pronto me di cuenta de cuánto me habían gustado los toros. Le hablé del orgullo de haber visto aquellas tardes antológicas de César Rincón en Las Ventas. Del Yiyo, de Antoñete, de Paco Ojeda, de Esplá y de Manzanares, del tendido del Siete, de aquella gloriosa tarde de Joselito en la Goyesca, de los inicios de José Tomás y hasta del postureo de Andrés Calamaro, esa víctima impostada y sobreactuada de los animalistas. De todo eso hablamos mientras venían unas papas aliñadas y de nuevo caí en la cuenta de cuánto me gustaban los toros, de cuánto me habían gustado. Mi amigo no entendía por qué me habían gustado pero entendía por qué me habían dejado de gustar, de gustar tantísimo. Realmente creo que es el signo de los tiempos, que el ambiente es rancio, y que ya no le encuentro ninguna satisfacción a ver sufrir a un animal. Por cierto, que los grandes antitaurinos actuales son los taurinos con solera, así que tomen nota los de la Iglesia Tomista de los Últimos Días y todos esos fanáticos que le permiten al mesías hacer lo que le venga en gana y que su profeta sea Andrés Calamaro, ese que dice que para ser un buen español hay que militar en el Madrid y en la tauromaquia. Todo eso pasaba mientras Dámaso González (sin acento o en todo caso cargando la tilde en la segunda a) luchaba por mantener la vida. Se nos ha ido Dámaso, Damáso, como le llamamos en Albacete, donde le hemos visto pasear con sus hijos y su preciosa esposa Feli. Damáso, aquel que se citaba en los medios con toros más grandes que él. Aquel al que a veces no veíamos según fuera la envergadura de la fiera y que jamás subió el brazo ni el capote. Pero es que, sobre todas las cosas, era un hombre bueno. Y a los que nos hemos hecho antitaurinos nos da una pena enorme que haya muerto un buen hombre. Mis respetos eternos por el temple fuera y dentro.