Martín Prieto

Daño colateral

La Razón
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De no ser por el tendal de víctimas inocentes regadas en estos días, el principal daño colateral inferido a los europeos es el de la confusión. Si los yihadistas no hubieran proclamado tan violentamente su fe, parecerían aquellos nihilistas rusos del siglo XIX que negaban sentido a la vida y con los ropajes prestados del cinismo y el escepticismo griegos encontraban el placer de la muerte y su sentido. Y el nihilismo sólo ha generado confusión intelectual como un estupefaciente. En el Madrid de 2004 todos quedamos confusos hasta que un mando policial alertó a Rubalcaba que lo de Atocha era obra mora y no etarra. Con elecciones generales en horas la jornada de reflexión fue un día en que se violaron las normas electorales como daño colateral del bombardeo ferroviario produciéndose un vuelco electoral inédito en nuestra democracia. No es plausible que los islamistas pretendieran hacer coincidir los atentados con los comicios, sino llevar a la sociedad a un estado de nihilismo. Lo de Francia, lo de Mali, llega a un mes de nuestras generales y también las infaltables manipulaciones. El Gobierno de Rajoy no puede socorrer a un Hollande en guerra salvo mandatos de la UE o la OTAN (la cobertura de Naciones Unidas siempre es vaporosa), y nada sensato debe hacer en vísperas electorales porque otro Gobierno puede pretender lo contrario y no podemos ser ese país que envía y retira tropas al albur de un programa partidario. Los compromisos internacionales han de ser sólidos y consensuados. Es un disparate sugerir que Rajoy oferte a Francia sustituir sus efectivos en África (que no sólo es Mali) por soldados españoles, no teniendo ni logística para proceder a tal relevo y siendo necesarios acuerdos con los Estados francófonos para tan insólito cambio de guardia. Quien más sufre el rebote yihadista es la colectividad musulmana. Más de mil doscientos millones de seguidores de Mahoma (el 20% de la población mundial) no pueden ser dados a destriparse para asesinar a los cristianos; es metafísicamente imposible. Pero también es comprensible que desde la civilización judeocristiana se señale al Islam. Las mezquitas de París y Madrid han sido impecables vomitando el terrorismo, pero los fieles de Alá no se han esforzado. Las grandes capitales musulmanas han sido muy discretas. Insistir en que el Corán es un libro de paz y convivencia es menospreciar al Nuevo Testamento, que sí lo es. Es el mundo musulmán quien ha de acabar con el yihadismo.