Restringido

De antimonárquicos

La Razón
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Da vergüenza cómo se ha enterrado el debate sobre la pobreza previsto en el pleno del Ayuntamiento de Barcelona. Hay quien necesita moldearse como una nueva izquierda, diferente, más atrevida y más fresca. A veces, rayando lo esperpéntico, como el concejal de la CUP, arrojando billetes falsos de 500 euros como señal de oposición a los Juegos Olímpicos de Invierno.

Para ellos los símbolos del izquierdismo son manifestarse ante la puerta de una vivienda cuando se está produciendo un desahucio y no antes, porque es más mediático, o quitar el busto del Rey. Desprecian el poder que supone elaborar leyes que cambien la vida de la gente. Solo la Ley nos da seguridad a la mayoría frente a los más poderosos y esa es la grandeza de la democracia representativa.

En el momento más duro de la crisis, entre el 2009 y el 2013, en España había cerca de 13 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social. Esta situación afecta a algo más de uno de cada cuatro ciudadanos (concretamente a 12.866.431; el 27,3% de la población).

La crisis económica deja una herida social profunda que hay que curar. España debe aprender de los últimos años y los gobiernos deberían saber que nadie es invulnerable. Las clases medias se han empobrecido hasta perder casi todo y sus hijos más, porque muchos han perdido el futuro en el camino. Los estratos más humildes han traspasado los límites de la exclusión social, sin embargo era relativamente barato haber previsto un sistema de recursos públicos que actuase como red de protección ante la caída. Parecía innecesario después del crecimiento en renta per cápita de los últimos 30 años.

En el 2006 o en el 2007, cuando hubo techo de empleo en nuestro país, era inverosímil pensar que en el 2013, pocos años después, el 8,3% de los niños viviría en hogares con privación material severa, según Eurostat.

La izquierda nació para cambiar las leyes desde los parlamentos y garantizar que nadie pueda quedar sin un techo para su familia, para impedir que la desigualdad sea tan brutal que haya personas en situación de exclusión social. No nació para exhibir símbolos vacíos.

La izquierda democrática debería trabajar en la redistribución de la riqueza, para que de cada 100 euros de crecimiento, no se quede el 1% de la sociedad con 90 y el resto a repartir entre el 99%.

Otros pertenecen a una forma errónea de interpretar el republicanismo. Se puede ser profundamente antimonárquico y nada republicano, de la misma manera que se puede ser absolutamente republicano y convivir perfectamente con una monarquía constitucional. Confunden su posición antimonárquica con las posiciones republicanas que tan lejos les quedan, y no son los únicos a los que les ha pasado eso en la historia de España, también a algunos sectores de la derecha política.

El republicanismo cívico es una teoría política bastante más elaborada intelectualmente de lo que se piensa la alcadesa de Barcelona, Ada Colau. Su cimentación ideológica está en el concepto de libertad, entendida como la no dominación del ser humano por el ser humano.

Pero es un concepto de libertad más exigente que el clásico liberal, para el que la libertad se define en su aspecto negativo, esto es, en la no interferencia de terceros en el ejercicio de mi libertad. Para el republicanismo cívico, además, se debe promover la eliminación de dichas interferencias, lo que implica una actitud de las instituciones activa.

Philip Pettit entiende que las instituciones se enmarquen en un sistema de pesos y contrapesos, para que quien ejerza el poder político lo haga sin arbitrariedades. Hanna Arendt afirma la importancia de los consensos en torno a las instituciones, derechos y procedimientos democráticos que ayudan a salvaguardar la libertad y que son necesarios para establecer límites a la política y a las derivaciones peligrosas en el ejercicio de la acción y la libertad política. Ejemplos de ello son la cultura de la legalidad, división de poderes y contrapesos, estructura institucional democrática, límites al poder...

El resultado es el equilibrio entre la libertad y el respeto a los límites constitucionales adecuados para preservar y cuidar de los derechos y libertades. Los elementos de la tradición republicana implican aceptar los límites y contenciones al poder, tanto de un líder, un caudillo o un monarca, así como de una mayoría democrática. Significa una cultura política de la sociedad que esté convencida respecto a los procedimientos y límites constitucionales frente a cualquier forma de poder político o social y a cualquier gobierno o movimiento político que atente contra ellas, sea éste de derechas o de izquierdas. Esto sí es ser republicano.

La Sra. Colau no debería confundir su ideología antimonárquica con el republicanismo, ni el debate sobre la pobreza de las personas que sufren con la ocurrencia de hacer coincidir la retirada del busto del rey, aunque con ello no salga en la televisión.