Alfonso Ussía
De Cantó a Vigo pasando por Lugo
Como ignoro su identidad, puedo principiar este artículo de la siguiente manera: El miserable que escribe los tuits de la Biblioteca Nacional recordó el asesinato de don Pedro Muñoz-Seca en Paracuellos del Jarama en su octogésimo aniversario de esta guisa. «Hace ochenta años murió Pedro Muñoz-Seca». ¿De qué y por qué causas murió? ¿Le atropelló un taxi en la calle de Velázquez, donde vivía con su mujer y sus nueve hijos? ¿Falleció como consecuencia de una neumonía? ¿Se golpeó contra el suelo mortalmente tras ser descabalgado por su caballo en el Concurso Hípico de San Sebastián? Poco más tarde, la Biblioteca Nacional especificaba las causas de su muerte. «Hace ochenta años murió Pedro Muñoz-Seca a causa de un fusilamiento». Y los jóvenes se preguntarán. ¿Quién lo fusiló? ¿Por qué el fusilamiento sólo le afectó a él? Recuerdo que la Biblioteca Nacional depende del ministerio de Cultura, y que el señor ministro es el responsable de sus miserias si no las corrige y no exige explicaciones.
El señor ministro me tiene tirria. Y tiene todo el derecho a tenérmela. No es, en ese aspecto nada original porque le caigo mal a mucha gente. Pero don Pedro Muñoz-Seca no merece que la tirria del señor ministro por un nieto le alcance a un abuelo. El Partido Popular ha despreciado a los mártires de Paracuellos, y Alcalá, y Torrejón, a los caídos por el odio en 1936, de manera vergonzante. Nada me extraña, por cuanto la que manda en el Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, está anímicamente más cerca de Santiago Carrillo que de don Pedro Muñoz-Seca, don Ricardo De la Cierva y los religiosos, militares y civiles –niños entre ellos–, asesinados por el Frente Popular. Pero el señor ministro, que es de mejor familia, está obligado a ser más sutil y justo. Y fue en la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, presidida por el señor ministro Méndez de Vigo, cuando el diputado de Ciudadanos, Toni Cantó, actor de cine y teatro en su vida previa a la política, el que recordó a Muñoz-Seca con toda admiración, cariño y justicia, afeando a la Biblioteca Nacional el mensaje miserable colgado en las redes sociales. Y el ministro escuchaba, o simplemente oía las palabras del señor Cantó con una desmayada indiferencia que me produjo desconcierto. De haberse tratado de un escritor de izquierdas, el PP se habría comportado con generosidad, pero un autor de teatro patriota, católico, monárquico, padre de nueve hijos y creador de la comedia más representada en la historia del teatro español, no merece ni una atención, ni una rectificación ni una palabra de afecto.
Como no podía creerme que esa indiferencia y semejante amnesia adormecieran los sentimientos de Íñigo Méndez de Vigo, me he sentido aliviado al comprobar que, si bien de asombroso parecido físico, no era él. Así lo he deducido al leer el siempre interesante artículo de Ignacio Camacho en «ABC», que trata de los pactos en Educación y la retirada de las reválidas, y responsabiliza de ellos al ministro Méndez de Lugo, del que destaca sus modales refinados. Los Méndez de Vigo, aunque el señor ministro me tenga gato, son parientes míos por diferentes ramas, y muchos de ellos padecieron los horrores de la guerra y combatieron con heroísmo contra el comunismo. De ahí el consuelo a mi inicial tristeza. El que oía con distancia y cansancio las palabras de Toni Cantó y sus críticas a los responsables de la Biblioteca Nacional, no era Méndez de Vigo, sino Méndez de Lugo, de acuerdo al texto impreso de uno de los más prestigiosos columnistas de España. Y el detalle me tranquiliza. A pesar de su antipatía por mi persona, Méndez de Vigo – me consta-, aunque sólo sea por raíces familiares, respeta a don Pedro Muñoz-Seca y va a exigir responsabilidades a los majaderos de la Biblioteca Nacional que omitieron la causa de su muerte.
Lo malo es que Méndez de Lugo, a la menor oportunidad, sustituye a Méndez de Vigo. Y el lío está asegurado.
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