Toni Bolaño

Debate ferroviario

La historia política de Cataluña está llena de debates sobre las infraestructuras. Aeropuertos, ejes transversales, autopistas, competencias de unos y otros, y, sobre todo, trenes. Sabemos mucho de trenes. Como mínimo, los catalanes polemizamos sobre trenes. Hablamos y sabemos de todo. De líneas de mercancías, del corredor Mediterráneo, cercanías o trenes de alta velocidad han llenado páginas y páginas de periódicos y han sido tema de tertulias en radios y televisiones. Sus señorías en el Parlament y en el Congreso de los Diputados se han tirado los «trenes» a la cabeza e incluso, a veces, han alcanzado acuerdos.

En definitiva, los catalanes estamos acostumbrados al «toma y daca» en materia ferroviaria. Parecía todo inventado en esta materia, pero no. Hasta Mas y Rajoy coincidían en un acto ferroviario, el que conectaba Barcelona con Girona y la frontera francesa. El encuentro fue frío y poco acogedor pero se vieron las caras, por primera y única vez desde las elecciones, en presencia del Príncipe Felipe.

Sin embargo, en los últimos días el debate ferroviario ha aumentado de forma exponencial en Cataluña. No hay líneas que inaugurar. No hay problemas, más allá de los habituales. Lo pendiente, sigue pendiente, y cómo no hay un euro, el problema sigue en la palestra pero nadie le pone el cascabel al gato. ¿Entonces? Se preguntarán.

El «new» debate ferroviario tiene dos epicentros muy definidos. El Parlament de Cataluña y la sede de los socialistas, en la calle de Nicaragua, a cuenta del enfrentamiento sobre la resolución soberanista que se votó la pasada semana. Desde la dirección socialista son claros «ni tren de la independencia, ni consulta ilegal». Y añaden, «no nos subiremos a un tren que cada día aumenta la velocidad sin destino definido para abandonarlo en marcha y a 300 por hora. Es mejor no subirse antes de que descarrile. Luego puede ser tarde». Lejos de abandonar el lenguaje ferroviario continuan afirmando que «el tren va a descarrilar seguro porque los maquinistas de CiU y ERC no son maquinistas experimentados. Es mejor no subir a ese tren que sabes, de antemano, que tendrá un accidente» para concluir taxativamente «que se la peguen solos».

Desde el sector crítico tampoco abandonan este escenario «no nos vamos a ir del partido. Es una necedad decir que somos la muleta de CiU. De este tren no nos bajaremos porque es nuestro tren». La respuesta no tarda en llegar del sector mayoritario «si no se bajan, los bajaremos, pero no en la misma parada. No los podemos convertir en víctimas. Ellos deben darse cuenta que en el trayecto por la estepa hace mucho frío. No han respetado del derecho a decidir de la mayoría».

El enconamiento entre los dos sectores no afloja. Antes al contrario. Algunos vislumbran un pecado original. Fue en el momento de hacer las listas. Navarro preguntó a los ahora díscolos «tú romperías la disciplina de voto como ha hecho Ernest Maragall». Todos respondieron que no. «Engañaron» apunta el dirigente socialista que explica este pasaje que añade pesimista «se han bajado del tren a la primera oportunidad. Si no cambian su actitud no volverán a subir. Mejor dicho, no los dejaremos subir». No me dirán que el debate ferroviario no está en plena efervescencia.