El Futuro de Venezuela

Deber de injerencia

La Razón
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Escuchando el mensaje que Leopoldo López ha enviado desde la siniestra prisión de Ramo Verde, me viene a la memoria una canción de mi ya lejana etapa universitaria, de la que hicieron versiones desde Mercedes Sosa a Bruce Springsteen, pasando por Ana Belén. El estribillo, que entonábamos emocionados todos los progres, decía: «Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente». López, quien lleva tres años, tres meses y 24 días enterrado en vida en una mazmorra chavista por el único delito de levantar su voz contra la tiranía, pide en el vídeo a los militares venezolanos que se rebelen, que se nieguen a acatar la orden de reprimir al pueblo. Hace dos meses que la gente, harta de injusticia, hambre y carencias se lanzó a las calles y en ese tiempo, sin que la comunidad internacional haya movido un dedo, los sicarios de Nicolás Maduro han asesinado a 85 manifestantes. Los detenidos, torturados, violados y robados superan con creces los 3.000. Me gustaría creer que el mensaje de López va a calar y que un día de estos, cumpliendo el sagrado juramento que hicieron al alistarse, los uniformados dejarán de disparar contra la ciudadanía y apostarán por la libertad y la democracia, pero me parece improbable. Desde l999, cuando el inicuo Hugo Chávez llegó a la presidencia, el aparato montado por los amigos de Podemos ha estado cebando a los corruptos. En lo alto de la escala, permite a los generales amasar inmensas fortunas con el narcotráfico y el petróleo, y en la parte baja estimula que los matones roben a los opositores, abusen de las detenidas y saqueen a los comerciantes. El sistema, como el pasado 8 de junio dejaron claro ante el Papa Francisco seis obispos venezolanos, es perverso y no cambiará sin un firme y purificador empujón desde fuera. Durante el encuentro en el Vaticano, los miembros de la Conferencia Episcopal de Venezuela explicaron que no se trata de un enfrentamiento «entre derecha e izquierda», como en alguna ocasión ha dado a entender el Sumo Pontífice, sino de la lucha entre «una dictadura y un pueblo que clama por la libertad y busca desesperadamente pan, medicinas, seguridad, trabajo y elecciones justas». Igual que se apeló en su día a la obligación de proteger a las desventurados del genocidio y el crimen, para intervenir en Kurdistán, Ruanda o Kosovo, debemos resucitar el deber humanitario de injerencia para salvar a los venezolanos. Como reza la canción: «Sólo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente».