Alfonso Ussía

Decidido

Obama va a atacar Siria. Tiene poderes para ello. Le importa un bledo lo que decidan el Senado, el Congreso, la ONU, la OTAN y Su Santidad el Papa. Obama, el premio Nobel de la Paz, va a bombardear al ejército del canalla de Asad para beneficiar a los rebeldes apoyados por los asesinos de Al Qaeda. Habría de ser coherente y liberar inmediatamente a los prisioneros en Guantánamo. Obama ha puesto en marcha la gran maquinaria de la guerra sin averiguar previamente a qué malos va a atacar y a qué malos va a defender. Como una película de vaqueros esquizofrénica, un «western» en el cual los caballos montan a los apaches y al Séptimo de Caballería. John Wayne galopando y Jerónimo al trote obedeciendo con disciplina los relinchos de sus jinetes. Pocas veces el mundo ha estado en manos de un individuo tan desconcertante. La socialdemocracia en estado puro. De ser Rubalcaba el presidente de los Estados Unidos habría adoptado parecidos impulsos. Asad es muy malo. Hay que terminar con Asad. A los llamados «rebeldes» ya los convenceré posteriormente para que se comporten con educación y miramiento. Le derribarán nuevas torres. No a él, que ya no será el Presidente ni el comandante en jefe del los Ejércitos más poderosos del mundo. Se lo harán a su sucesor, en señal de profunda gratitud. Asad es un asesino, como lo fue Sadam Husein en Irak. Al Qaeda está detrás de los enemigos de Asad, y creo yo, pobre párvulillo en política internacional, que hay que atarse muy bien los machos antes de adoptar una decisión tan peligrosa. Hay que matar a los «rotweillers» para que sobrevivan los «bullterriers». El Nobel de la Paz. Palpable demostración de la estupidez oportunista de ese jurado compuesto por tontos y borrachuzos. El próximo, un Nobel con carácter póstumo a Hitler y Stalin, cuyos fantasmas han confirmado su asistencia al guateque de Oslo. Los americanos y los europeos somos muy partidarios de derrocar al malo para que gobierne el peor. Han sufrido los niños del lado rebelde. En vista de ello, hay que ocultar el sufrimiento de los niños del bando de Asad, porque la gente de Asad no tiene hijos, y si los tiene, carecen del derecho a defenderse de las bombas norteamericanas. Putin de los nervios, mirando a un lado y al otro. Hollande, fiel a la socialdemocracia, ha puesto sus fuerzas a disposición del bondadoso inquilino de la Casa Blanca. La Cámara de los Comunes le ha negado el permiso a Cameron, hasta que se aperciban sus señorías de que con permiso o sin él, todo está decidido. Entonces ayudarán a Obama, como nosotros, modestamente, para acabar con un asesino y entronizar a otro, que ya tenemos en España un recuerdo de Al Qaeda y el islamismo terrorista.

En escena, un cadáver. Un criminal ha caído. Millones de personas son sometidas a las leyes de los nuevos amos. Horcas para los homosexuales, piedras contra las adúlteras, manos amputadas a los ladrones, muerte a las mujeres que mantengan relaciones con hombres impuros e infieles. ¿Alguien ha ganado en Occidente? ¿Se ha vencido al mal para ayudar a que se imponga y manifieste el bien? John Wayne pasta junto a Gary Cooper, Gregory Peck , Robert Redford y Paul Newman en la pradera. Pastan muy bien, como buenos caballos, ajenos a la reciente versión de los valores de su país. Pero a Bush, que era republicano, lo llamaron «asesino», y a Obama se le agradece su ayuda a los terroristas que estamparon sus aviones contra las Torres Gemelas y el Pentágono. ¿Hay que defender a Asad? Nunca. ¿Y a los llamados «rebeldes», tan poderosamente armados? Jamás. Obama, el que elige a la perversidad para mantener y sostener una perversidad al menos, tan degradante como la derrotada.

Un niño juega al futbol americano. Sus padres sonríen satisfechos. Es el mejor del equipo del colegio. Una de esas películas americanas tontísimas. Va a marcar. El padre de otro niño del equipo contrario dispara sobre su cabeza. El niño cae fulminado. El tirador es felicitado por el director del colegio adversario. La nueva América.