Política

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Defensa de la libertad

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Los ejércitos no son instituciones democráticas: la disciplina y la obediencia son sus reglas fundamentales. Los ejércitos defienden sistemas autoritarios o democráticos con la sola condición de que sean aceptados por una mayoría de la nación, del pueblo al que sirven. Depende de dónde y cuándo te haya tocado vivir, será uno u otro, pues la convivencia –sean cuales sean sus reglas– siempre necesitara protección. Pero es mucho mejor para un militar o policía defender a una sociedad que se expresa en democracia que otra que solo habla a través de unos pocos. Créanme, lo sé por experiencia propia.

La democracia no se concede; un pueblo la alcanza cuando las personas se moderan en la defensa de sus intereses e ideas, cuando respetan a las minorías que no las comparten. Es un sistema de convivencia ciertamente frágil, que requiere mucho autocontrol, pero que cuando se alcanza, posibilita un desarrollo humano superior a cualquier otro modo de vivir en sociedad.

Tras alcanzar un determinado nivel de calidad en nuestra convivencia, la elección no es ya entre democracia sí o no. Es el grado de democracia que podemos soportar como grupo humano; es decir el grado de respeto por lo que nos es ajeno. El condicionante básico de este respeto es conocer lo que opinan los otros, la libertad de expresión. La defensa de la democracia es pues, la de la libertad de expresión, que alcanza su cota más alta cuando no se está de acuerdo ni con lo que se dice, ni en como se dice. Como será el caso de muchos con el seminario satírico «Charlie Hebdo». Cuando se logra este alto nivel, a la pluma se la debe combatir básicamente con la pluma y el Código Penal sólo debería entrar cuando no haya un cauce informativo para demostrar la calumnia o la mentira.

Contra palabra –o dibujo–, palabra o dibujo, no el juez y, desde luego, nunca, nunca, deberemos aceptar que lo haga la espada, ni propia, ni ajena. Cuando esto sea posible habremos alcanzado una convivencia de esas que merecen ser defendidas.