Martín Prieto
Degeneración de la protesta
Internet fue desarrollado por los militares estadounidenses para instantear globalmente sus comunicaciones, y sus aplicaciones civiles parecen una venganza castrense porque han dispersado en plaga la impunidad, el anonimato, la imprecisión, la destrucción del lenguaje, el acceso a la tribuna de los analfabetos y una enciclopedia de errores para iletrados. Con tal herramienta el fantasmal «25-S» reaparece por octava vez como un ectoplasma en el fondo del pasillo de nuestros miedos instando a asediar el Congreso el próximo día 25 hasta que se disuelva el Gobierno, las Cortes y la Jefatura del Estado. Les gustaría «La matanza de Texas» pero se quedan en «Los otros» del chileno Aménabar, trasunto de «Otra vuelta de Tuerca» de Henry James en la que una pareja de fámulos enamorados ignoran que están muertos y toman por intrusos a otros fallecidos. A los hijos de la indignación les haría leer «Técnica del golpe de Estado» de Curzio Malaparte, pero, afortunadamente, está descatalogado y no se lo pienso prestar. En la degeneración de sus intenciones no llegan ni a Tejero que sí tomó el Congreso y el Gobierno pero todo lo hizo mal excepto no correr la sangre. Los movimientos sociales no han de caer en la repetición y el hartazgo, por su propia supervivencia, y recordar que las turbas que asaltaron La Bastilla solo encontraron seis presos. La legitimidad de ejercicio sólo la tienen o la pierden las instituciones y estos convocantes, por más que insistan, no solapan ni a la plebe. El dolor por sí mismo no es representativo, y, por ende, todos los asaltacasas de España tienen el acta que se otorgan a sí mismos, colmo del autoritarismo que ahogó la primera mitad del siglo XX. Hasta para que se decidieran a asaltar el Palacio de Invierno fue necesario el cañonazo del acorazado «Aurora». Les sobra la recurrencia, falta de imaginación y carecen de la más pequeña de las alternativas. Solo tienen la desierta planicie de Internet.
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