Cataluña

Dejen la Carta Magna en paz

La Razón
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Cuando un Estado cede ante el chantaje no sólo es menos Estado sino que va camino de convertirse en una república o monarquía bananera. A los que nos hacen creer que reformando la Constitución se resolverá el problema independentista, artificialmente creado tras décadas de lavado de cerebro de niños y no tan niños, habría que recordarles por ejemplo que a ETA no se le venció a base de paños calientes. Querían impunidad y no hubo impunidad. Exigían el acercamiento de los presos y los presos se quedaron donde estaban. Y no sólo no pasó nada sino que la banda terrorista acabó dejando de matar consciente de que no tenía nada que hacer salvo pudrirse en la cárcel.

Ahora se plantea por enésima vez el cuento chino éste de la reforma constitucional, alentada especialmente desde los ámbitos pedristas e icetistas del PSOE y desde Podemos. Los primeros porque, víctimas de su perpetua ingenuidad, mantienen que es el antídoto que domesticará al golpismo catalanista. Los segundos porque su indisimulado objetivo pasa por destruir la España del 78, la mejor en 500 años de historia, para establecer un régimen constituyente que obviamente tendrá mucho más que ver con Venezuela que con la UE.

El Derecho Comparado nos permite adivinar cuán innecesario es meter sustancialmente el bisturí en la Carta Magna. La estadounidense, texto que ha inspirado a decenas de naciones, ha experimentado 27 enmiendas en 230 años de vida, diez de ellas en 1789, al poco de su alumbramiento. En el último siglo han sido exactamente 8 retoquitos. La última de ellas tuvo lugar en 1992 para un asunto tan insustancial como la remuneración de los miembros de la Cámara de Representantes.

Nuestra ley de leyes precisa un chute de heparina o aspirina para evitar el infarto pero no una operación a corazón abierto, menos aún un trasplante. Cierto es que hay que acabar con la rancia y no menos inconstitucional discriminación de la mujer en la sucesión al trono. Y poco más. Teniendo como tenemos, el país más descentralizado del mundo, cualquier paso más en esa dirección centrífuga y no centrípeta será el finiquito de España tal y como la conocemos hoy día. Sería suicida seguir los postulados de expertos como Santiago Muñoz Machado, que proponen una rendición total al separatismo, recuperando los artículos del Estatut anulados por el TC e incluyendo el término «nación» para definir a Cataluña. El sabio pragmatismo estadounidense nunca se equivoca: «Lo que funciona, no se toca».