Julián Redondo
Demonios
Hay oficios y oficios; profesiones vocacionales y de obligado cumplimiento, que a la fuerza ahorcan; agradecidas y chungas. La de futbolista no aparece ni entre las más valoradas ni entre las que menos. Los trabajos peor considerados, según un estudio de Careercast.com: militar, por estresante y peligroso; leñador, lastrado por los bajos salarios, el avance tecnológico y el manejo de maquinaria pesada en lugares remotos; y en tercera posición, el periodista de prensa impresa. Razones: estrés, bajas perspectivas de contratación, pocos ingresos, sin horarios... Hay tres frases del ya añorado García Márquez que definen al periodista, o deberían, que no están reñidas con la delicada situación del empleo en el sector: «Para ser periodista hace falta una base cultural importante, mucha práctica y también mucha ética». Elemental. «La ética debe acompañar siempre al periodismo, como el zumbido al moscardón». Por supuesto. «A los demonios no hay que creerlos ni cuando dicen la verdad», se llamen Damien o Damián, Mefistófeles, Belcebú o Satanás. Demonio sólo hay uno, que adquiere aspectos muy diferentes. ¿No llevarán los demonios a ese aficionado del Barça que esperaba a las puertas del aparcamiento del Camp Nou, la madrugada del jueves, a los jugadores que tantas satisfacciones le han proporcionado para insultarles miserable y cobardemente? La memoria de algunos amigos, conocidos, es frágil y traicionera; la de quien tiene a gala cargar con el ídolo para condenarlo al menor traspié ni siquiera es la del pez.
La del futbolista es una profesión envidiada; pero no la más valorada. El matemático, el profesor universitario, el otorrinolaringólogo o el patólogo del habla destacan entre los empleos más ventajosos; aunque es seguro que ni Cristiano, ahora que sufre porque no sabe si estará recuperado para el miércoles, ni mucho menos Bale, «La Galerna de Mestalla», cambiarían la suya por la de nadie. ¡Demonios!
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