José María Marco
Derrota política
El lamentable espectáculo de la entrega de las armas ante unos personajes llamados «verificadores» puede hacer sonreír de puro grotesco, y también suscitar la indignación de todos los que recordamos los centenares de personas asesinadas por los amigos de los protagonistas de la grabación. Quizás convenga más mantener la cabeza fría y pensar que la película a la que estamos asistiendo, y de la que la «verificación» es una secuencia más, sólo tiene credibilidad para sus protagonistas y sus amigos. Desde esta perspectiva, el nuevo video, tan sórdido como los anteriores, tiene bastante de escenificación interna. Los nacionalistas –los violentos y los «moderados», como dejó bien claro el amparo del Gobierno vasco– han de escenificar alguna clase de salida. Que sólo se les ocurra una grabación como esa es digno de ser meditado y dice mucho de la naturaleza del proyecto nacionalista, que en cuanto va más allá de ciertos límites, requiere de los adeptos, al mismo tiempo que su deshumanización, el olvido definitivo de cualquier capacidad de pensar por uno mismo.
Otra cosa es que la atmósfera que está rodeando este final de ETA pueda llevar a pensar que la derrota de la banda terrorista esté dando lugar a una victoria simbólica y política. El «sacrificio» de los asesinos acabaría siendo, precisamente, el precio que se ha pagado para sentar los cimientos de la nación vasca soberana. De esto se deducirá necesariamente un Estado vasco independiente o, de momento –y seguramente más importante–, el descrédito de la nación y el Estado españoles.
En las actuales circunstancias, es muy difícil contrarrestar esto. Se puede argumentar y manifestar lo contrario, evidentemente, pero resulta casi imposible contradecirlo con realidades políticas. Toda la cultura democrática desde la Transición ha llevado a integrar el discurso nacionalista en la normalidad cívica. En España hemos dado por naturales realidades que en cualquier nación democrática resultarían inconcebibles. Para uno de los dos grandes partidos de gobierno, la idea de nación española no tiene validez. Como todos recordamos, resulta algo discutido y discutible. No ha habido por tanto ocasión de establecer un pacto sobre cuestiones fundamentales que, sin hacer desaparecer el nacionalismo, lo habrían reducido a sus justos límites, fuera de cualquier capacidad para seguir siendo la clave de la política española. No hay que hacerse ilusiones. Mientras eso no se produzca, no habrá posible derrota política de los herederos de ETA, el nacionalismo seguirá tejiendo su relato, como se dice ahora, y cualquier prudencia será poca a la hora de gestionar al final del terrorismo.
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