Literatura

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Desde el más allá

La Razón
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En el chiringuito de internet no queda oxígeno para el periódico. Lo repiten a diario los alcahuetes de las telecos. No hay día sin vidente, trajeado para matar, que insiste campanudo en el fin de los tiempos. Es posible, no sé, que el oficio agonice como antes lo hizo el de los tramperos, los conductores de diligencia y los catadores de veneno en la corte del emperador, pero diría que resistimos. Aunque la publicidad camine grogui, más allá de los que aspiran a que cada ojo sea una cámara, básicamente para no que pagar sueldos, no hay democracia, ni idioma, tampoco libertades, casi ni lengua, sin periodismo. Miren Panamá. Esa calderilla offshore lejos del fisco, en una playa de aguas lapislázuli, para deleite de primeros ministros, futbolistas, empresarios y estrellas del celuloide. Fueron los periodistas, no los blogs, tampoco los buscadores vampiros, que viven del trabajo ajeno, quienes patearon al tablero y hurgaron en el mondongo. También creo que la mejor literatura, como decía el genio, se sigue haciendo en los periódicos. Esta visión, que algunos juzgaron hiperbólica, se confirma por el afán español de parir unos diarios violentos de sabor y perfume, que refutan el libro de estilo en los salones del columnismo. Este fin de semana, el del aniversario de la muerte de Cervantes y Shakespeare, nos recuerda que las parcas ni siquiera indultan a los monstruos sagrados, pero la palabra, como el amor de Quevedo, rula constante más allá de la muerte. No me cabe duda que el manco que terminó pobre, el dramaturgo que soñaba con un retiro heráldico y el enano picajoso con lengua de curaré, hoy, publicarían artículos. Somos los últimos mohicanos, los doce del patíbulo, la escuadra hacia la muerte y los pingüinos sin pareja a los que el Arca de Noé abandonó en tierra. Nos han dado tantas veces por desaparecidos, ahogados y cadavéricos, tienen tantas ganas de enterrarnos, que va llegando el tiempo de disfrutar de esta no-vida, este baile de nosferatus que teclean e incendian, molestan y escarban desde más allá del óbito. El hundimiento está cerca, vale, pero de aquí a recibir las exequias seguiremos bailando. Nada sabe mejor que una portada ni complace más que un adjetivo urgente, lector y autor unidos hasta que enciendan las luces y se acabe la fiesta.