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Desde que llegaste sólo vivo cantando

La Razón
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Resulta que la película del año, «La La Land», es un musical del Holly-wood clásico en el que los protagonistas anhelan alcanzar un sueño. No es una película social sobre el drama de los refugiados con un eterno y aburridísimo plano secuencia ni sobre los conflictos sociales derivados de lo que llaman pobreza energética o el populismo al que las nuevas élites, he ahí las catalanas, se han agarrado para no caer en la esquizofrenia y seguir exhibiendo el bastón de mando.

El público, como en aquella época de entreguerras, quiere cantar, evadirse de tanta cuchufleta paranoide, mirar a las estrellas y no encontrarse con Theresa May y su cara de seta, con Pablo Iglesias y Errejón bailando bajo la lluvia ácida de sus demonios o con el enloquecido Donald Trump, que augura, vía China, una tercera guerra mundial. Cuando las cosas van rematadamente mal, el común se desapega de la mugre de la realidad como método de supervivencia o se ríe de ella como hacen en Cádiz en los carnavales, ahora secuestrados por Kichi y las antininfas.

Al cabo, Hitler y Stalin fueron contemporáneos de Fred Astaire, el feo más elegante de la gran pantalla que hacía volar al patio de butacas por encima de sus miserias. Que un presidente chino glose los beneficios de la globalización, ayer en Davos, frente a EE UU, sólo puede significar que la Tierra se ha vuelto del revés y que el surrealismo regresa en un remake grosero de «El perro andaluz». Entonces nos queda cantar y bailar como locos y que nos dejen en paz. Tanta falsa seriedad ha acabado por amargarnos la vida que se va en el suspiro de una nota musical.

El propio Rajoy, para subir nota y estar en tendencia, debió empezar su rueda de Prensa de ayer con un «desde que llegaste sólo vivo cantando», aunque les fallaran Puigdemont y Ukullu, que aspiran a tener su propia compañía de revistas a lo Manolita Chen. Cerrado el circo más antiguo del mundo, esta política bronca y de escaso recorrido, de Washington a Barcelona, no divierte, aunque sus representantes decidan que el espectáculo debe continuar. El respetable ha decidido evadirse y vivir en la magia de la esencia del celuloide, emocionarse con un beso a contraluz protagonizado por dos falsos guapos, Ryan Gosling y Emma Stone, que no deben perderse. Y luego, sigan con sus vidas y manden a estas nuevas «celebrities» al interior de un filme de terror en el que se aguanten ellos con una secuencia infinita que deje a El Bosco en un tierno Walt Disney.

La mayor revolución no está en las barricadas sino en conseguir que en el congreso de Vistalegre, es un poner, los discursos cheli progres de Pablo e Íñigo los veamos como una comedia musical de Lina Morgan. Y que el viernes Donald Trump sea en realidad un muñeco de cera al que se abrazan mujeres desnudas haciendo el ridículo. Antes de llorar, canten y vean.