Brexit

Desequilibrios

La Razón
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Vivimos un tiempo de desajustes crecientes y de desequilibrios, lo que genera zozobra e inestabilidad. Se ha acabado el mundo de las seguridades, las referencias y los argumentos de autoridad. Asistimos a cambios materiales y políticos que eran inimaginables a finales del siglo pasado. Castillos que se consideraban inexpugnables caen con estrépito de la noche a la mañana. Es como si de pronto el mundo, y cada uno de nosotros, caminara sin rumbo, sobre un alambre, sacudido por un viento de locura. Nadie sabe qué va a pasar, qué nueva sorpresa nos espera al despertarnos. El «fenómeno Trump» y el Brexit son sólo indicios, ciertamente inquietantes, de esta inseguridad. Los efectos primeros de la reciente crisis económica consisten en un repliegue nacionalista frente a la globalización y un rechazo del extranjero. La amenaza del islamismo radical y belicoso puede ser la espoleta que provoque la desintegración europea con la llegada al poder de los nuevos populismos y, Dios no lo quiera, una nueva conflagración mundial, ahora soterrada. Poderosos ideólogos de la Casa Blanca defienden ya abiertamente la «purificación por el fuego», –fuego armado, naturalmente– para recuperar los antiguos valores. Es un hecho explosivo que en el Occidente cristiano el gran avance material se corresponde con un gran retroceso espiritual.

A escala doméstica comprobamos el escándalo de las desigualdades. Con la crisis, los españoles ricos son más ricos y los españoles pobres son más pobres. Hasta Bruselas alerta de ello. Hay más empleo, pero menos estable y peor pagado. Se ahonda la brecha generacional en todos los aspectos, como nunca había ocurrido. Lo mismo sucede con la brecha demográfica de las «dos Españas»: la superpoblada de Madrid y la periferia y la despoblada del interior, donde los pueblos y sus últimos habitantes se mueren en silencio. En el campo político, cuanto más se habla de diálogo, más aumenta la polarización ideológica; cuanto más se habla de democracia participativa, más se amenaza a la verdadera democracia viable, que es la representativa; cuando más preciso sería defender la Constitución del 78, que es lo mejor que hemos hecho en los últimos cuarenta años, más se la ataca, y, como detalle curioso del desconcierto, cuando más se habla de corrupción, hasta la náusea, es cuando hay menos corrupción. El mundo al revés. Si siguen las sinrazones y los desequilibrios de fondo, esto no resiste.