Política

Fernando de Haro

Desesperación

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La presión en Ceuta y Melilla no es nueva. Simplemente ha aumentado. La política de la Policía marroquí ha provocado que sean muchos más los que intenten entrar saltando las vallas. Es difícil pensar que reforzar las vallas sirva para frenar la llegada de personas que han cruzado kilómetros de desierto para alcanzar lo que consideran el paraíso. Las concertinas nos han enseñado que el daño físico no frena la desesperación. Se trata pues de buscar medios más eficaces que no lesionen derechos fundamentales, que para algo somos europeos. Ceuta y Melilla son los dos puntos más avanzados de la frontera sur del Viejo Continente y, por eso, la solución pasa por la UE. Pero Bruselas se mueve con demasiada lentitud. Lo que nos convendría sería una ayuda decidida de Frontex, la agencia que da soporte para el control de las fronteras. Tras la tragedia en Lampedusa, el Consejo Europeo aplazó tomar una decisión. Encargó a un grupo de trabajo que propusiera medidas para estudiarlas en junio de este año, una vez que se hayan celebrado las elecciones al Parlamento. La agenda política ha dilatado una cuestión esencial. El grupo de trabajo ha redactado un documento en el que destaca la necesidad de cooperar con los países de origen y de tránsito. Sus propuestas están destinadas, sobre todo, a evitar que los inmigrantes se suban a los barcos que cruzan el Estrecho. Podrían ampliarse también a las vallas. La gran diferencia de renta, la extensión del yihadismo en el Sahel y la proliferación de Estados fallidos va a seguir ampliando el flujo migratorio. Las divisiones que existen en el seno de los Estados miembro no pueden seguir siendo un obstáculo para una política conjunta. Y luego está la cooperación al desarrollo, claro. Aumentar, como hizo España, la inversión hasta el 0,7 por ciento no garantiza la eficacia. De hecho, en la época de Zapatero se tiró el dinero. La desesperación es una cosa muy seria.