Ángela Vallvey

«Devorator»

Encuentro fascinante la moda de los programas de televisión sobre comida. En esta época, en la que se cierran muchas tabernas y la fecha de caducidad de los alimentos conlleva un mensaje filosófico, resulta clamoroso el éxito de los chefs televisivos. Son capaces de congregar grandísimas audiencias frente a la caja tonta. ¿A qué obedece la tendencia? ¿Tanta gazuza hay como para pasar interminables horas comiéndonos con los ojos la pantalla del televisor...? Que los nuestros son tiempos materialistas, nadie lo pone en duda; que la comida es una de las cosas que más interesa a cualquier ser vivo, tampoco está en cuestión. Pero que triunfe de forma abrumadora la comida como espectáculo significa algo, aunque no imagino qué puede ser. «Ecce homo devorator», «he aquí a un hombre glotón», así acusaban los fariseos a Jesucristo al verlo comer y beber, como si le reprocharan alimentarse como un simple ser humano mortal, como si lo acusaran de gula y excesos... La gula siempre ha estado mal vista, fue clasificada incluso como pecado aunque, realmente, cualquiera sabe que, sobre todo, atenta contra el propio cuerpo y la mente de quien la padece más que contra la religión del pobre tragaldabas. Donde reina la gula, no puede subsistir el buen gusto. En la selva de la gula, perece el «gourmet». En el bosque de la gula, el hombre se hace lobo y la mujer chacal. La mesura, la prudencia, la sensatez... suelen ser la clave de casi todo –del amor, la política, la economía..., quizás con la excepción del arte–; el miramiento y la ponderación están tan lejos de la avidez y la glotonería del tragaderas profesional que quien sólo vive para su gaznate no suele llegar más lejos de él. Tiempos materialistas los nuestros, no: tiempos anhelantes. Preocupados, ávidos, deseosos...