Julián Redondo
Di María no se acomoda
En Cornellà el Prat la única ovación prevista en cualquier partido es la del minuto 21, por Dani Jarque. En el 17.14 no hay más aplausos ni más pitos que los que demanda el fútbol. El resto son imprevistos, como esos zambombazos de Cristiano Ronaldo que el canterano del Madrid Kiko Casilla despejó con los puños o con el pie, recursos heterodoxos que el público premió por ser un muestrario de reflejos.
Cornellà no es el Camp Nou, escenarios antagónicos y dispares, pero en cualquiera de ellos Di María tiene el puesto asegurado, según parece y sin que los antecedentes, balompédicos o penales, importen; otra cosa es la posición. En el partido del Madrid en can Bar-ça, jugó en la banda derecha y por obra y gracia de su entrenador condenó a Bale a perderse en el centro. Ante el Espanyol ofició en el trivote, a la derecha de Modric y de Xabi Alonso, por delante o por detrás de Marcelo, según correspondiera atacar o defender. Corrió tanto, de sur a norte de y de este a oeste, que lo que menos se puede significar de él es que estuviera acomodado. En esta ocasión, no. Podía suponerse también que Ancelotti le probaba a ratos de lateral por si Coentrao termina cedido en el Manchester United.
Resultaba curioso observar cómo el Madrid sufría en su campo y el Espanyol, en el suyo. La causa de la desazón naranja, cierta desorganización en defensa, pese a la falta de capacitación «perica» para hacer un gol al arcoíris; la españolista, la amenaza constante de cualquiera de los contrarios, a excepción de Diego López, claro. La demostración de este aserto, el gol de Pepe, bálsamo merengue que comprime la Liga en vísperas de que a Cristiano le den el Balón que reclama Ribéry.
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