Cástor Díaz Barrado

Diálogo en lo internacional

El resultado de las elecciones autonómicas y municipales en España apuntan en muchas direcciones, pero hay una que, con toda seguridad, se hará realidad una vez se celebren las elecciones a nivel nacional: los partidos políticos que salgan elegidos y que conformen el Parlamento español se verán en la obligación de acordar, de pactar y de dialogar y tendrán que llegar a acuerdos si quieren que nuestro país sea gobernable. Caben pocas posibilidades de que se imponga el criterio de tan sólo uno de ellos y, además, los pactos afectarán no sólo a los dos grandes partidos y a las fuerzas nacionalistas que, durante largo tiempo, han venido gestionando los asuntos públicos de nuestro país. Los ciudadanos de España seguro que están preocupados, preferentemente, por cuestiones de índole interna, pero sería un error no tener suficientemente en cuenta los asuntos de carácter internacional. No estaría de más que, una vez que se conformen los gobiernos de las correspondientes Comunidades Autónomas y de los Ayuntamientos, cada opción política nos explique, también, cuáles son sus posiciones en el orden internacional, qué prioridades ha de atender el Estado español y cuáles son los ejes centrales de la política exterior que proponen y, sobre todo, su contenido. Mucho me temo que nada de esto sucederá y que, a lo sumo, las cuestiones de naturaleza internacional aparecerán en cláusulas generales y fórmulas vagas en los rincones más recónditos de los programas electorales. En lo inmediato, infortunadamente, la posición de España en el mundo interesa muy poco a la sociedad española, a pesar de que dependerá, muchas veces, de esa posición, el mayor o menor grado de bienestar. Lo mejor de la política exterior de un estado es que sea constante, coherente y que tenga asentados, aunque sean escasos, principios y valores fundamentales. No podemos cambiar de posición en función de avatares de carácter político y, si es verdad que puede haber diferencias de matices en nuestra política exterior, está claro que deben mantenerse los ejes sobre los que gira una acción exterior que, sobre la base del respeto a la democracia y los derechos humanos, ha de defender los intereses de España y de los españoles en el exterior. En las relaciones internacionales no caben cambios bruscos ni transformaciones profundas, de tal modo que el Estado que los practica sufre las consecuencias de la falta de una nítida política exterior. Lo mejor es, sin duda, el diálogo y hay que comenzar a consensuar, desde ahora, el significado y alcance del papel que España debe jugar en el orden internacional.