Julián Redondo
Dice Andrea que se va
Andrea Fuentes, la deportista española más laureada en los Juegos Olímpicos, anunciará el miércoles que abandona. Fuentes –no Andrea sino oficiosas– aducen problemas de salud. No hay tales. Sólo son los problemas del hastío que invaden la conciencia, fluyen y ahogan, a ella, sirena plateada.
Fuga del talento rumbo a la utopía; de los focos al ostracismo para defender con su profunda idea medioambiental un planeta más saludable. Pero España, esta España suya, esta España mía, esta España nuestra, no puede permitirse una baja tan considerable en la élite de su deporte.
Malos tiempos para la lírica, Andrea. El amo sin madera de líder dicta, y si la respuesta no es la obediencia debida, manipula, o estirpa lo bueno como si lo malo fuera. Sin explicaciones. Quien las reclama advierte, por sutil indicación, señal imperceptible, el frío de la calle y la cola del paro. La perplejidad de Anna. O un escalofrío que recorre la espalda; la verdad, anegada por la angustia y el miedo a perder lo poco que tenemos, una frágil coraza de piel, liviano abrigo de sentimientos, permeable a la intemperie, refugio de los valores, somete al espíritu libre, no siempre; pero muchas veces, sí.
Hasta que resplandezca la verdad, como el férreo puño del balonmano español, caminante por la senda de la gloria y de la leyenda que Andrea también recorrió. Es lo que el público, que no admite la manipulación ni en tiempos de crisis, percibe. Tolera el aficionado a los rapsodas, a los siervos del pensamiento único, pero jamás abandona a sus ídolos.
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