Julián Redondo
Distraído y acorralado
El rumor duró minutos musicales y Sandro Rosell consumó la dimisión, irrevocable. No especuló con irse; al contrario que en la ranchera, lo dijo, lo hizo y, con el apoyo de la Junta, nombró sucesor, el vicepresidente primero Josep Maria Bartomeu. Los argumentos para explicar tan drástica decisión son poco convincentes. Se siente amenazado. ¿Por quién? «Chi lo sa». Desde la rebotica del farmacéutico de Olesa comenzó el acoso detrás de la marca «La Consulta de Qatar», algo parecido al «Elefant blau» de Laporta que persiguió hasta el catre a Núñez y Gaspart. Después, la «operación Neymar», la denuncia de Jordi Cases, la intervención de la Fiscalía y la alargada y contundente sombra del juez Pablo Ruz. Sin imputarlo, le ha derribado aludiendo a una «apropiación indebida por distracción», a una «simulación contractual».
Y se va Rosell, distraído y acorralado. Deja en su lugar hasta 2016 a Bartomeu, también en el punto de mira del boticario, como el vicepresidente Javier Faus. Y lo que parecía un fichaje ventajoso en lo económico se ha complicado hasta donde ningún genio financiero podía imaginar. El Madrid desistió de afrontarlo, cuando, una vez que el jugador superó el reconocimiento médico, comprobó que le iba a costar más de 120 millones, no del todo claros. Rosell, en cambio, hizo magia animado por su conocimiento del mercado brasileño; pero le han destripado los trucos. No ha sido necesario revisar a fondo la chistera para ver el nido de las palomas, la madriguera del conejo y hasta la marca del calzoncillo. El efímero presidente negó las explicaciones que le pidió un socio y se las tendrá que dar al juez cuando éste lo considere oportuno. Le ha fallado la ingeniería financiera y tampoco ha sabido manejar los tiempos.
Sin Guardiola, que era entrenador y escudo antimisiles, el Barça se quedó desguarnecido. Ni la dimisión de Rosell le protege. Bartomeu no es un valor seguro.
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