Reyes Monforte

Diversión

Sucede, pero a nadie parece importarle demasiado. Que nuestros adolescentes se den a la bebida y lo hagan con un nivel de entrega impresionante, no parece que le preocupe a muchos, ni siquiera a ellos mismos. Supongo que a sus padres les preocupará, en el caso de que lleguen a enterarse porque reciban una llamada de los servicios de urgencia informándoles de que su hijo está ingresado con un coma etílico de caballo. Tampoco parecen servir de mucho las leyes contra el «botellón», las normativas que prohíben la venta de alcohol a los jóvenes o su consumo en locales. Seguramente el principal problema es que, para una amplia mayoría de la sociedad, beber sigue estando bien visto, es «cool», como en su día lo fue fumar. Tan absurdo como real. De hecho, como se te ocurra no beber en una cena con amigos o en una reunión social, siempre está el gracioso de turno que te suelta : «Qué aburrida, y si no bebes, ¿cómo te diviertes?». Te queda la opción de decirle que la diversión llega cuando al final de la noche le ves agarrado a las farolas, o tirado en la calle como un panoli, que es como suele acabar el de la frasecita de marras. No falla. Quizá si dejáramos de reírle las gracias al gracioso de turno, adelantaríamos algo. Se nos olvida que esos adolescentes crecen y lo hacen bebiendo, y son los mismos que después de beberse media Escocia cogen el coche, se te cruzan en cualquier carretera y te rompen la vida. Y ahí es cuando se dan cuenta de que ha dejado de ser divertido. Pero suele ser demasiado tarde.