Pilar Ferrer
Divorcio andaluz de Maleni con el PSOE
En el restaurante vietnamita que frecuentaba cuando era ministra de Fomento, al que Magdalena Álvarez Arza suele volver cuando está en Madrid. En esta ocasión celebra su 62 cumpleaños. La presidenta del Banco Europeo de Inversiones está espléndida, física y anímicamente. Apartada de la política, la vida le sonríe en su lujoso retiro de Luxemburgo, a donde viaja cada mes en función de su agenda, que la lleva también a desplazarse a otros países como responsable del área de transportes de la entidad. Casi siempre lo hace en tren o en coche desde Bruselas, pues le gusta recorrer la llamada ruta de Namur y los casi 200 kilómetros que separan la capital belga de la ciudad del Gran Ducado. Nada hace presagiar el aldabonazo que le tiene preparado la juez Mercedes Alaya. Una mala noticia que recibe días después del almuerzo asiático.
«No se lo esperaba para nada, lo lleva fatal, pero no piensa dimitir», aseguran en su círculo más cercano. Aferrada a su inocencia. Apoyada por su familia y unos pocos amigos, entre ellos el ex presidente del Gobierno, Felipe González, el periodista Iñaki Gabilondo, su mujer, Lola Carretero, y el propio presidente del BEI, el alemán Werner Hoyer. Y políticamente distanciada de la actual cúpula del PSOE y la Junta de Andalucía, dónde se le reprocha «haber ido por libre» en el escándalo de los ERE. Ésta es la actual situación de Maleni, según sus íntimos. Una mujer polémica, célebre por su lenguaje, descarada, protagonista de titulares, reprobada en el Congreso, pero siempre apoyada por José Luis Rodríguez Zapatero, que la hizo ministra junto a otras dos mujeres «felipistas»: Trinidad Jiménez y Carmen Chacón.
Maleni está ahora dolida por el escaso respaldo público de sus antiguos compañeros. Las declaraciones de Manuel Chaves, con el que tuvo fuertes enfrentamientos en la Junta de Andalucía y que le pidió a ZP su nombramiento en Madrid, van más a «criticar a la juez Alaya y salvarse él, que defenderla a ella». Es el mismo caso de José Antonio Griñán, que guarda un clamoroso silencio. Similar al de la presidenta andaluza, Susana Díaz. «Lo último que Susana quiere es hablar de los ERE», dicen en el palacio sevillano de San Telmo, sede del Gobierno. autonómico. En estos momentos, existe «un claro divorcio» entre la antigua y poderosa consejera y la cúpula del socialismo andaluz. En cuanto a la dirección federal, tan sólo los diputados Soraya Rodríguez y Julio Villarubia hablaron del tema. Pero siempre con ataques hacia la magistrada Alaya, más que poner la mano en el fuego por Maleni.
Este rejón jurídico es un palo para la malagueña, hasta que la Audiencia Provincial de Sevilla resuelva sobre su imputación, a mediados de abril. Es el plazo que también se dan en el BEI, que ha cerrado filas con su vicepresidenta «por respeto a la presunción de inocencia». Tan sólo comentan que Magdalena «cumple bien su trabajo, no tiene un horario laboral fijo y desarrolla funciones representativas de su cargo». Ello requiere frecuentes viajes que ha realizado en estos años a India, Pakistán, Nepal y Portugal, «centros geográficos de su responsabilidad al frente del área de transportes», según fuentes de la institución. Su elevada retribución es pública, como la de sus asistentes, dos personas que ya trabajaron con ella en el Ministerio de Fomento.
Su vida en Luxemburgo es discreta. Mantiene una buena relación con el presidente del BEI, Werner Hoyer, a quien conoce de hace tiempo por amigos comunes del llamado «clan de los alemanes». Es decir, ciudadanos germanos que poseen propiedades y veranean en la Costa del Sol, donde Álvarez tiene algunas casas, en Benalmádena y Estepona. La primera, la disfruta. La segunda, la tiene alquilada. Las reuniones del BEI duran uno o dos días, «y se trabaja a fondo», para analizar y aprobar grandes presupuestos y subvenciones. A Maleni se la suele ver pasear por el Puente de la Gran Duquesa Carlota, uno de los más emblemáticos de la ciudad, almorzar en algún restaurante del barrio histórico de la que fue dos veces Capital Europea de la Cultura. Sobre su alojamiento, el mutismo es absoluto, si bien se la ha visto en el Double Tree Hilton y en el Queen Villa Cortina, dos de los mejores locales y donde acude al gimnasio y la peluquería. Siempre le gustó la ropa y cuidar su imagen. «Va correctamente arreglada», se limitan a decir en la sede del BEI.
Su vida privada es guardada celosamente. Su marido, Juan Manuel González-Aurioles Bentabol, es un químico bien colocado. Cuando era ella ministra de Fomento, fue nombrado director general de la Empresa de Residuos Industriales y de otras participadas por la SEPI. Jamás han sido vistos en público y, al parecer, llevan ahora vidas separadas. Según su entorno, Maleni mantiene excelente relación con su hija Lucía, y tiene una actual pareja, de nombre Rafael. Al margen de Felipe y Gabilondo, guarda entre sus amigos a algunos periodistas de su etapa en el Congreso. A pesar de su perfil atrevido, locuaz y polémico, «es campechana, buena amiga y muy exigente en su trabajo», opinan en el reducido entorno.
Su entrada en la Junta de Andalucía cambió por completo su vida. «Yo le he obligado a Mariano Rajoy a apagar el puro», solía decir Maleni al relatar su debate sobre financiación autonómica con el entonces ministro de Administraciones Públicas. En el vetusto palacete de Castellana 3, la consejera andaluza sacaba a todos de sus casillas. De ahí viene su reto al ministro, a quien conminó a dejar el habano. El propio Rajoy ha recordado con sorna aquella anécdota, que revela el temperamento fuerte y díscolo de la malagueña. Hasta el punto de que un día, Manuel Chaves prefirió su marcha a Madrid y se la recomendó a Zapatero.
Conocida su biografía, sus perlas verbales y su «antes partía que doblá», Magdalena Álvarez llegó al BEI a merced a un pacto entre el PSOE y el PP. Nunca tuvo malas relaciones con los populares, y por encima de los encontronazos dialécticos, se llevaba bien con su paisana Celia Villalobos: «Tú y yo somos ministras pim-pam-pum», ironizaban las dos andaluzas polémicas dentro de sus respectivos partidos. Cuando el escándalo de los ERE comenzó a cercar al socialismo andaluz y la dimisión de José Antonio Griñán se hizo irrevocable, la cúpula del partido decidió no declarar ante la juez Alaya y acogerse al derecho constitucional que lo permite.
Pero Maleni se negó, y obstinada en su inocencia, tiró «palante», como dicen en Sevilla. Ello aumentó su distanciamiento de la actual cúpula y su nula defensa de la presidenta, Susana Díaz. «Lo último que quiere es mezclarse con los ERE», reiteran en San Telmo. Una historia que se reflejó en un almuerzo en el sevillano Oriza, entre varios dirigentes y donde pronunció la frase: «Ésta sigue yendo por libre». Un día, Guerra comentó en el Congreso que era un poco verdulera. «Prefiero estar entre lechugas que con chorizos», dijo ella tan fresca. Las vueltas que da la vida.
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