Cristina López Schlichting
Doloroso alivio
Da un poco de pudor reconocerlo, pero desgraciadamente no se planta la democracia como una lechuga. El sistema político de Occidente es fruto de siglos. Empezó con el concepto de persona de los griegos; siguió por la construcción de la Lex romana; se desarrolló con la igualdad universal cristiana y culminó con el sistema «un hombre-un voto» de la Revolución francesa. Es un error colonialista querer exportar nuestros principios a países donde los derechos humanos son rechazados. Matar homosexuales, lapidar adúlteros o impedir la libertad de expresión son cosas tan corrientes en Irán, Arabia Saudí o China, como la libertad de conciencia en Occidente. Muchos saludaron con alborozo la llamada Primavera Árabe, pero yo escribí aquí: «¿Cómo creer que las plazas egipcias o tunecinas se llenaban de jóvenes impulsados por internet? ¿Cuánta gente tiene internet en El Cairo? Los únicos capaces de movilizar a las masas son los Hermanos Musulmanes». El tiempo me ha dado la razón. El dictador Hosni Mubarak mantuvo, mal que bien, el orden interno de Egipto y las relaciones con Estados Unidos. Y, sobre todo, contuvo la influencia social de los Hermanos Musulmanes, que llevan desde 1928 dando por saco y están detrás de Hamás y Al Qaeda. En lo último que pensaban ahora era en instalar un régimen plural. En palabras del portavoz de la Conferencia Episcopal católica de Egipto, el padre Rafik Greiche: «Lo que les importaba era la institución de un califato islámico». Según él, el Ejército no ha perpetrado un golpe de Estado, sino «llevado a la práctica el deseo del pueblo, expresado con millones de firmas y amplias manifestaciones». Greiche dirá lo que quiera, pero lo de Egipto es un golpe de Estado como la copa de un pino. En ningún país occidental se derroca con manifestaciones un gobierno elegido en las urnas. Pero lo ocurrido en El Cairo será recibido, dentro y fuera del país, con el mismo alivio silencioso que el golpe de Estado contra el islamismo en Argelia produjo en las cancillerías. ¿Por qué? Porque el integrismo musulmán ni es democrático ni acepta la pluralidad. La historia reciente de Egipto es básicamente militar. El presidente Nasser, no lo olvidemos, era coronel; fueron miembros de su Ejército los que asesinaron a Sadat y estos mismos auparon al poder a Mubarak. Una triste realidad que, sin embargo, parece la única oportunidad de que la «sharía» no se imponga en el país de los faraones. Dictadura o islamismo, ésa es la encrucijada dolorosa y real.
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