Alfonso Ussía

Don Carlos

La Razón
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Don Carlos de Borbón, fallecido en su querido rincón de «La Toledana» dos días atrás, fue el Infante que siempre estuvo en su sitio.

No perdió el tiempo en la vida buscándolo, porque nació, creció y vivió en su lugar destinado y medido. Como Duque de Calabria podría haber merodeado en las bambalinas del franquismo para intrigar en la sucesión, como hicieron los Borbón Parma y los Borbón Dampierre. Don Carlos se mantuvo siempre en la absoluta lealtad hacia su tío, Don Juan De Borbón, y posteriormente ocupó el lugar que le señaló su primo hermano, el Rey Don Juan Carlos, del que recibió la dignidad de Infante de España. Era el único Infante de España, siempre abierto, siempre bienhumorado, siempre portador de un señorío que ya no abunda, y siempre rodeado de los suyos y sus amigos.

Si en la Institución y en sus deberes públicos el sitio de Don Carlos fue la lealtad y la discreción, en su vida privada su lugar fue el campo. Su madre, la Infanta Doña Alicia, repartió entre sus hijos «La Toledana», que es campo engañoso por cuanto está enclavado en la provincia de Ciudad Real. Asistí en «La Toledana» a la peor cacería de perdices de la Historia, calificación que reconoció Don Carlos con resignado buen humor. Los puestos los ocupaban la Infanta Alicia, Don Carlos, su hermana Doña Teresa –marquesa de Laula en aquellos tiempos y hoy de Laserna–, su marido Iñigo Moreno de Arteaga, marqués de Laserna, don Pedro de Borbón Orleans, José Ignacio Benjumea, el conde de Llobregat y el narrador. El Día del Pilar, un 12 de octubre que amaneció tórrido. Tres ojeos. Finalizada la cacería, el «tableau» era un tablín. Una perdiz, abatida por el hijo de Don Carlos y la Princesa Ana de Francia. La Infanta Alicia, que germaniza las «erres», contribuyó a la broma reinante y sentenció: «Esto no ha sido una “caceguía”, esto ha sido un “hojoj”».

Don Carlos, el Infante que siempre estuvo en su sitio, fue compañero en «Las Jarillas» y posteriormente en el palacio de Miramar de sus primos «Juanito» y Alfonso. Fueron tiempos estrictos y duros en la educación. «Las Jarillas», propiedad de Alfonso de Urquijo Landecho, otro señor y cazador mítico, y estupendo escritor. Se formaron a la sombra y las órdenes de don José Garrido, ese profesor de todo que ya no se encuentra, y cuyo discípulo preferido era don Alfonso, el segundo de los hijos varones de Don Juan y Doña María.

Don Carlos jamás dudó de su sitio. Fue la discreción personificada y la ejemplaridad permanente. Siempre a las órdenes del Rey, su tío Don Juan, su primo Don Juan Carlos y su sobrino don Felipe. Como Infante de España, el único Infante –Leandro Alfonso Ruiz-Moragas y Borbón se designó «Infante» a sí mismo, y aún perdura su particular nombramiento–, representó al Rey en muchas ocasiones. La sencillez y humanidad de Don Carlos no agrietó jamás sus conceptos institucionales, que los tenía más estrictos e inflexibles que su primo, el Rey. Presidió las Órdenes Militares y las Reales Maestranzas de Caballería. Y como los hombres buenos, tuvo con Doña Ana cinco hijos que le adoraban, un buen número de nietos y una madre, la Infanta Alicia, campera, cazadora y criadora de perros, a la que nunca dejó de atender.

Don Carlos, como buen cazador, cambiaba de carácter en el campo. No a mejor, sino a diferente. El cazador verdadero en el campo está continuamente pendiente de las evoluciones y movimientos que allí se suceden. Vivió una buena parte de su vida mejorando el suyo y disfrutando de los de sus amigos. Y en «La Toledana» se marchó para siempre, dejando una huella de viejo señorío, lealtad y cariño que no será fácil de borrar.

De su sitio en la vida, que fue la lealtad, a su sitio en la muerte, El Escorial.

Buen viento a sus espaldas y camino llano, Señor.