César Vidal

Don Quijote y don Juan

La revista «Time» acaba de publicar un número especial dedicado a los cien personajes de ficción más influyentes de la Historia. En su portada, aparecen desde James Bond a Sherlock Holmes pasando por figuras televisivas como Bill Cosby y Lucille Ball o el dúo protagonista de «Star Trek». Es dudoso que muchos de estos personajes tengan el relieve que les atribuye el texto, por lo demás notable, de «Time». Sin embargo, deseo detenerme en el aporte español al curioso elenco. España no cuenta más que con un dos por ciento de representación y ésta se limita a don Quijote y a don Juan. Personalmente, no creo que otros seres de ficción como el Lazarillo –la primera novela erasmista y pre-protestante de la Europa del siglo XVI–, el alcalde de Zalamea o el magistral de la Regenta, por no hablar de la Celestina, tengan menos entidad, pero aceptemos la selección. El examen de los mismos da qué pensar. Don Quijote es, para «Time», un perdedor. Y, curiosamente, es un perdedor porque choca con las coordenadas temporales que le ha tocado vivir. Cervantes introdujo con él una idea de modernidad que tendría una enorme repercusión en otras naciones, pero, en España, el ingenioso hidalgo estaba condenado al fracaso. No menos significativo es el caso de don Juan. Seducciones aparte, a pesar de deber su existencia a Tirso de Molina, su fama le vino cuando logró salir de sus fronteras de origen. Es Mozart –por no decir Pushkin– quien permite que se le conozca en todo el mundo y no sólo en los teatros españoles donde, a esas alturas, ya no se representaba. Es más, el don Juan de Zorrilla ni siquiera es mencionado porque, por muy popular que haya podido ser en España en ciertas épocas, fuera no es conocido. Desde luego, es para reflexionar en profundidad sobre la selección de los dos mitos y sobre la visión de su suerte. Don Quijote es el fracaso del idealismo español en España y un canto –no escuchado– en pro de una modernidad que tardaría siglos en asomar la oreja a este lado de los Pirineos. Don Juan es un golfo, pero nunca habría llegado a serlo a escala internacional de no ser por las corcheas de Amadeus. Nos quejamos ahora de que muchos jóvenes –con formación, no como sus compatriotas de los años sesenta– se marchan al extranjero para poder prosperar. Pues bien, don Quijote y don Juan hace siglos que pasaron por la misma tesitura.