Martín Prieto
¿Dónde está la higiene sexual?
En la Complutense el Colegio Mayor Chaminade fue un privilegiado reducto de libertades que la Iglesia defendió ante el autoritarismo franquista. Guillaume Joseph Chaminade, fue un sacerdote francés, que conoció España huyendo de la Revolución Francesa, y se adelantó a su tiempo predicando la mixtura entre religiosos, seglares y laicos. Su motor fue el Marianismo y su espíritu más liberal que el de quienes le expatriaron. En una de aquellas tenidas nocturnas del Colegio Mayor, me vi, no se a cuento de qué, en un panel sobre el aborto convocado por unas recias feministas. Creo que dije que el aborto debía ser reglado, pero que, dada la situación política imperante, aquel coloquio era un aquelarre y a hombres y mujeres nos iban a detener por brujas. El público planteó el caso de una señora que se había visto en el trance de abortar ocho veces, ante lo que nos horrorizamos, excepto un médico de la tribuna, que estalló: «Con todos mis respetos, esa señora es tonta. Le hubieran sobrado médicos en España para recomendarla métodos de higiene sexual contra el embarazo no deseado». Aquello terminó como el rosario de la aurora, pero me quedé con el concepto esencial del higienismo. En el siglo pasado la medicina dio dos pasos de gigante: la cirugía, gracias a las dos guerras mundiales, y la liberación sexual de la mujer mediante un nutrido supermercado de contraconceptivos. Las estadísticas sobre asuntos íntimos no son fiables, pero si manejamos 1.250.000 abortos anuales en España (que serán más por las operaciones en el extranjero) estamos ante un problema educativo, más que sanitario, religioso o ideológico. Descartando por inseguro el método del doctor Ogino, padre de tantos hijos inesperados, el acreditado sistema del doctor Condón se publicita «ad nauseam» por las televisoras, con diferentes colores, sabores, texturas y hasta música, junto al preservativo femenino. La mujer que tiene prevención a los fármacos puede prescindir de la inacabable teoría de píldoras, geles y óvulos, usando el espermicida de su gusto. Una inyección hormonal o un implante de progesterona infertilizan por un período a la fémina. Puede implantarse un DIU o un diafragma (dispositivos de quita y pon) e incluso someterse a la irresponsabilidad legal de la píldora del día después que se toma como anticonceptivo siendo un abortivo camuflado. Las adolescentes se acostumbran a tomarla como una píldora contraconceptiva y a los veintitantos años se encuentran con dificultades para concebir lo deseado. Y no es este el caso de soluciones extremadas como la vasectomía o la ligadura de trompas. En la historia de las relaciones humanas nunca ha existido tal ferretería sexual, tanta toalla y jabón de tocador para la higiene íntima. ¿Cuál es la causa de tan desesperante número de embarazos no deseados y de proliferación del abyecto negocio del aborto? No cabe otra respuesta que la educación(la mala educación) de los púberes. Ni la escuela pública ni la privada imparten seriamente la sexualidad, y la familia es un desastre de dejación en la que los padres disimulan condones en la ropa de sus hijos y las madres píldoras en el bolsito de las hijas. La máxima permisividad sexual se conjuga con la más pudibunda información sobre la genitalidad. Eso quiere corregirlo la UGT extremeña impartiendo cursos remunerados sobre masturbación. Será sobre la masturbación mental sindicalista. La higiene sexual podría reducir a extremos residuales el aborto como enfrentamiento social, preservando las interioridades religiosas, morales o éticas de cada cual, dejando por estudiar científicamente la malformación fetal o las indeseadas variables genéticas. El cigoto no deseado es analfabetismo funcional y la destrucción de feto malformado se llama eugenesia. Todo es un gran problema de incultura.
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