Europa

Cristina López Schlichting

Donde las dan las toman

La Razón
La RazónLa Razón

Hace meses que entrevisté a los precursores de Tabarnia y mi primera sorpresa fue que no eran unos indocumentados, sino profesionales (muchos de ellos abogados y economistas) que reaccionaban ante la voracidad del nacionalismo. Llevaban desde 2010, en que celebraron unas jornadas sobre fiscalidad y financiación autonómica, protestando porque la Cataluña rural fagocita los impuestos de Barcelona y los distribuye en forma de subvenciones al servicio del independentismo. Funcionarios y jubilados son buena parte del músculo del procés, pero es que, además, en Lérida y Gerona sobra dinero para cualquier iniciativa que favorezca desprestigiar a España y engordar el eterno lamento nacionalista.

Visto el pérfido mecanismo, Tabarnia (que pretende abarcar las comarcas en torno a Tarragona y Barcelona, de ahí el nombre) reclamaría tratamiento de comunidad autónoma, con el mecanismo previsto en las leyes vigentes, el que puso Madrid al margen de la comunidad de Castilla-La Mancha o permitió la separación de Murcia y Albacete.

No se trata, pues, de ningún desafuero. Convivir con los vecinos es siempre duro, pero si éstos utilizan el dinero común para destruir el vínculo con España, es normal que las víctimas alcen la voz. Naturalmente, Tabarnia espeluzna a los catalanistas. Su concepto épico de patria histórica (empeñada además en fagocitar Valencia y las Baleares) se resiente. Los tabarneses (que así se llamarían) replican que tienen suficientes rasgos distintivos: una muy superior industrialización, cosmopolitismo, bilingüismo identitario y apertura al resto de España y Europa. Su voto es completamente distinto, constitucionalista. No quieren vivir en una ratonera que además gestionan otros por culpa de unas leyes electorales y financieras injustas. Los votos de barceloneses y tarraconenses «valen» menos que los de Lérida y Gerona.

Estas Navidades Tabarnia se ha puesto de moda. Ha sido «trending topic» en las redes, ha saltado a los periódicos y hasta los medios europeos. Ha servido, para empezar, para evidenciar que cuando menciona el concepto «Catalunya», el secesionismo se está apropiando de la identidad de muchos millones de personas que piensan de modo diverso y que están hartas de que las apremien con referendos independentistas que consagrarían la dominación para siempre.

Seamos claros, son las clases medias y altas de Cataluña las que quieren marcharse. Lideradas por unas 400 familias que tienen su dinero fuera y no temen la debacle económica, pero que se frotan las manos ante la posibilidad de crearse un predio, un feudo de uso particular y eterno. Frente a semejante desafuero, hay mucha gente normal, obreros y profesionales de todo tipo, que se identifica con los estándares del resto de España, gente europea, trabajadora, que no hace de las lenguas elementos ideológicos, que está harta de trabajar para engordar las expectativas de otros.

Ignoro el recorrido que pueda tener esta Tabarnia, pero no se trata de un proyecto descabellado. Es la reacción lógica contra los señores feudales de un territorio autonómico aherrojado por las leyes electorales, que garantiza a gente como Puigdemont o Junqueras un sitio en la política y unas prerrogativas caníbales sobre los demás.