José María Marco
Donde siempre
Parece mentira, pero el PSOE siempre lo consigue. Hay quien se propone abstenerse porque no entiende bien las instituciones europeas ni cómo su voto se relaciona con las decisiones tomadas en Bruselas. Hay quien piensa no votar para manifestar su descontento con alguna, o varias, de las medidas adoptadas por el PP, o por los silencios ante su propio electorado. Hay incluso quien, movido por la indignación, se figura que será capaz de respaldar a alguno de los partidos pequeños que componen una nueva oferta, variada y multicolor.
Todo es inútil, sin embargo, cuando el PSOE decide tomarse las cosas en serio. En ese mismo momento, el votante más aburrido, el más indignado, el más serio, el que con más escrúpulo calibra el sentido de su acto, habrá decidido que no hay más remedio que votar al Partido Popular. Así habrá ocurrido con el debate, y el post debate, entre Elena Valenciano y Miguel Ángel Cañete. No hacía falta llegar a lo ocurrido después de las (muy desafortunadas) declaraciones del candidato del Partido Popular. Con empezar a ver el debate ya estaba todo dicho, y al rato, sin necesidad de llegar al final, la decisión estaba más que tomada. Lo que ha venido luego no habrá hecho más que apuntalar una decisión tanto más inapelable y definitiva cuanto mayores han sido los obstáculos que ha tenido que tomar quien una vez quiso dejar de ser fiel al Partido Popular.
Y es que no sólo resulta imposible votar al PSOE (lo cual no es lo más adecuado en una democracia liberal). Es que es obligatorio votar al PP para que los socialistas ni siquiera se acerquen al poder. Votar al PSOE significa, ahora mismo, respaldar un grupo de personas que, aparte de la demagogia y el populismo, no tienen más programa que intentar imponer a toda una sociedad lo que ellos mismos piensan sin pararse a imaginar ni por un segundo que alguien pueda tener otra idea de la realidad. Es identificar la política con una manifestación visceral, primitiva, radicalmente personalizada –alguien diría peronista–, donde no existe la racionalidad, ni la discrepancia, ni la diversidad de opiniones, y donde no hace falta explicar ni convencer, porque todo se resuelve con consignas emocionales destinadas a atemorizar y a dejar bien claro dónde está la trinchera y quién es quién. Eso es lo que quedó claro en el debate y en lo que vino después. Hay pocas cosas seguras en la vida. Lo del PSOE, en cambio, no falla nunca.
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