Paloma Pedrero

Dones caninos

La Razón
La RazónLa Razón

En una universidad japonesa se ha descubierto que el «olfato» de los perros es mucho más de lo que creíamos. Los perros sienten a las buenas y a las malas personas. Los que tenemos perros ya lo sabíamos, pero siempre gusta que lo confirmen los respetados científicos. Mi perra, por ejemplo, que solo ladra para avisarme de que alguien está llegando a casa, brama a los vecinitos de enfrente cuando les oye. Yo no podía entenderlo hasta que un día la madre de las criaturas me confesó, sin pudor, que a su familia le ponían nerviosos los perros. No les daban miedo, no, pero no les gustaban como especie. Mi perra de tres kilos y medio, lo más cariñoso y simpático del barrio, no puede soportar a esta familia racista y, aunque no lo hace, sé que le encantaría soltarles un buen bocado en el culo. Por tontos.

Porque el instinto animal es inteligente, tanto como el instinto humano. Lo que ocurre es que los humanos nos lo dejamos en el paritorio. O antes aún. El instinto, ese impulso que surge de nuestra percepción más honda y espiritual, y que nos protege del mal. Los animales que no están castrados por la educación, por el prejuicio, por la tiranía de la mente, perciben el olor, el sabor, la emoción, la intención y hasta la carencia de alma de algunos. Y, es curioso, si no tienen dueños violentos, nunca agreden. Incluso pueden simpatizar mucho con alguien al que no les gusta los perros pero que es buena gente. Los que amamos a los animales sabemos cuanto saben. Cuanto hemos perdido desarrollando tanta inteligencia vacía.