Alfonso Ussía
Dopaje
Después de la aparatosa confesión de Armstrong, el ciclismo vuelve a estar en el patíbulo. Se habla de la negativa de Anquetil a someterse a un control después de ganar una etapa. Jacques Anquetil ganó en cinco ocasiones el «Tour» y era el ídolo de Francia. Se permitió el lujo de declarar que el «Tour» no se ganaba bebiendo gaseosa. Bahamontes, que pudo ganarlo en tres ocasiones, lo hizo una sola vez. Deportista limpio y genial. Alcanzaba la cumbre de una montaña con veinte minutos de ventaja y esperaba la llegada del pelotón tomándose un helado porque el descenso en solitario no le hacía puñetera gracia. Ha manifestado Millar, que no ganó nunca la ronda francesa, que Indurain tendría que hablar. Nada que ver Indurain con Armstrong. Al navarro se le veía sufrir y su manera de correr en nada se parecía a la del americano, que llegaba a las metas más fresco que antes de iniciarse la etapa. Estaba clarísimo que Armstrong se dopaba, pero algunos dirigentes del ciclismo recibían sobres de su parte y en lugar de mirar hacia París lo hacían a sus hogares, donde los sobres eran siempre bien recibidos. En el tenis se han dado casos vergonzosos, y en el fútbol aumentan las sospechas. No es lógico que un grandísimo futbolista que se lesionaba frecuentemente unos pocos años atrás, lleve tres años –coincidiendo con la llegada a su club de un médico especialista–, sin experimentar ningún contratiempo muscular. Un médico buenísimo, sin duda alguna.
Armstrong sólo tiene una defensa. Que sabía doparse mejor que los que quedaban detrás de él. El deporte está tan profesionalizado y se mueve tanto dinero en su entorno que un deportista con ambición y sin escrúpulos puede sobrevolar a quienes son mejores que él con la ayuda de un especialista de la trampa médica. En los Juegos Olímpicos, a pesar de los controles, hay atletas que se drogan. Maradona dio positivo en un Mundial de fútbol. Se le separó del equipo, pero a la selección argentina se le permitió seguir compitiendo, a sabiendas de que sus victorias previas se habían alcanzado mediante la trampa. Ya ha pasado el tiempo del deporte romántico. Di Stéfano, y años después, Johan Cruyff, aprovechaban los descansos para meterse en el recinto de las duchas y fumar unos cigarrillos. Y cuando terminaba el partido, se tomaban unas copas en los alrededores del estadio. Pero no salían hasta las cinco de la mañana. Los grandes deportistas de antaño tenían sus mujeres, y no cambiaban de modelo cada tres semanas para aparecer en las revistas del corazón y percibir aún más dinero por sus asistencias e invitaciones. Se operaba del riñón un amigo mío. Dos días antes de la operación, y para aliviar los nervios, quedó a tomar unas copas con su cirujano. A las tres de la mañana, doctor y paciente fueron despedidos del local por escándalo público. Y mi amigo cambió de médico, porque un cirujano no puede beber hasta las tres de la mañana del mismo modo que un futbolista que cobra decenas de millones de euros no tiene los mismos derechos que los jóvenes de su edad. Para mí, que los peores enemigos de los grandes clubes son, por este orden, las discotecas y las modelos. Y para colmo, con tanto dinero, tanto éxito con las mujeres y tanto coche de lujo, salen al campo enfadados y los expulsan.
Me he ido por los cerros de Úbeda. Armstrong ha dilapidado la confianza en un deporte durísimo y grandioso. Lo malo es que quienes no lograron superarlo, también se tomaban sus cositas. ¿Cómo va a terminar todo esto? No cambiará el panorama. Todo es negocio.
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